Hiroshima
Ad Líbitum ·
Algunos alegan que se podía haber disuadido al enemigo, sin bajas humanas, si se hubiera lanzado la bomba nuclear en la bahía de Tokiojavier pereda pereda
Jueves, 13 de agosto 2020, 22:51
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Algunos alegan que se podía haber disuadido al enemigo, sin bajas humanas, si se hubiera lanzado la bomba nuclear en la bahía de Tokiojavier pereda pereda
Jueves, 13 de agosto 2020, 22:51
El 15 de agosto de 1945 —se celebra el 75º aniversario este año— el emperador Hirohito (1926-1989) anunció la rendición ante los Aliados, representados por el general McArthur; ésta se firmó el 2 de septiembre en el destructor USS Missouri. Con esta declaración se ... puso fin a la Segunda Guerra Mundial y a la Guerra del Pacífico. El emperador Shōwa (Paz Ilustrada) hizo gala de su nombre a la fuerza y se dirigió a la nación nipona: «El enemigo ha empezado a utilizar una bomba nueva y sumamente cruel, con un poder de destrucción incalculable y que acaba con la vida de muchos inocentes. Si continuamos con la lucha, sólo conseguiríamos el arrasamiento y el colapso de la nación japonesa, y eso conduciría a la total extinción de la civilización humana». Y es que unos días antes, el 6 de agosto, el presidente Harry S. Truman (1945-1953) ordenó el lanzamiento de la primera bomba nuclear ('Little Boy') sobre Hiroshima; la explosión dejó una nube en forma de hongo.
Esta arma nuclear de uranio, que causó la muerte de 166.000 personas, fue lanzada desde un B-29 ('Enola Gay'), denominación que le puso, en honor a su madre, el coronel Paul Tibbets, piloto del bombardero. Acto seguido, el presidente de los Estados Unidos justificaba el uso de la bomba atómica porque los japoneses habían iniciado una guerra preventiva el 7 de diciembre de 1941, sin haber agotado las negociaciones diplomáticas, al atacar por sorpresa a la flota norteamericana en Pearl Harbor (Oahu, Hawái). El entonces presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt (1931-1945) calificó el ataque japonés con 353 aeronaves, comandado por el almirante Yamamoto como: «Una fecha que vivirá en la infamia»; se cobró la vida de 2.402 estadounidenses y la destrucción de 188 aviones, además de destructores, acorazados y barcos. También esgrimía que las autoridades japonesas hicieron caso omiso al ultimátum de la Declaración de Potsdam, de 26 de julio. De nuevo se les advertía que: «Si no aceptaban sus condiciones pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra».
El silencio nipón provocó que el 9 de agosto se lanzara otra bomba de plutonio sobre Nagasaki, denominada 'Fat Man', que quitó la vida a 80.000 personas. En el 'Proyecto Manhattan', Albert Einstein ponía en conocimiento del presidente la investigación de esta potente fuente de energía, que dirigió el físico Oppenheimer. El Imperio del Sol Naciente se alineó con la Triple Alianza del Eje (Roma-Berlín-Tokio), por el embargo del suministro de petróleo de Estados Unidos y la restricción comercial de las colonias europeas. La agresiva política imperialista de Japón le llevó a la Segunda Guerra contra la China (1937) de Chiang Kai-shek (1887-1975), que causó 20 millones de muertes; invadieron Manchuria (1931), pero fue recuperada por la Unión Soviética de Stalin, cuando su ministro Mólotov rompió el pacto de neutralidad. La cuestión es si el empleo de estas dos bombas atómicas estaba justificado o si su uso es inmoral por desproporcionado. Para el secretario de Guerra americano, Stimson: «La bomba atómica fue más que un arma de una terrible destrucción, fue un arma psicológica». Algunos alegan que se podía haber disuadido al enemigo, sin bajas humanas, si se hubiera lanzado la bomba nuclear en la bahía de Tokio. Sin embargo, quienes justifican su uso indican que por el alto sentido del honor de los asiáticos nunca capitularían. En la batalla de Saipán (julio 1944), de las 29.000 bajas niponas la cuarta parte fueron de kamikazes. Tampoco sirvieron para desanimar a los valientes 'japos' los bombardeos de Tokio, con cien mil muertos.
A partir de la batalla de Okinawa (junio de 1945), que según Churchill fue: «Una de las batallas más intensas y famosas de la historia militar», los estrategas americanos decidieron cambiar la táctica para cortar la sangría de bajas. Paradójicamente, con las dos bombas nucleares se evitaron cientos de miles de muertes de vidas humanas, al poner fin a la guerra. El patriotismo japonés prefería la autoinmolación a la entrega; es más, muchos se rebelaron al deponer las armas. Esta lección de la historia nos invita, sin caer en un pacifismo buenista, al diálogo y la negociación en los conflictos — «más vale un mal acuerdo que un buen pleito»—. Pero, de no ser posible: «Si vis pacem, para bellum».
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