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Los historiadores además de ser científicos en buena medida, son personas con su propia historia, sus relaciones con el entorno, el código cultural de su época, su psicología, sus ideales y proyectos.
Cualquier cosa que se escriba arroja la experiencia vital de su autor sobre ... el papel o sobre la pantalla.
La historia positivista aspira a una neutralidad imposible que supondría despojarse de toda la personalidad y limitarse a registrar los hechos brutos. Este propósito, que sin duda lleva buena intención en aras de la objetividad, da lugar a una historia sin pensamiento como si la historia fuera un 'escaneado' del pasado.
En toda historia, por ejemplo, la de nuestra trágica guerra civil, hay que contar con fuentes partidarias de uno y otro bando y también con fuentes neutras, descarnadas.
Los prejuicios en sentido moral se dan cuando el historiador es un retro propagandista del pasado. Esta mentalidad ocurre cuando se escribe demasiado cerca de los hechos que se narran. En este caso concreto lo sucedido en ese trienio desgraciado, alarga o se quiere alargar porque se sigue instrumentalizando la historia como propaganda.
En un caso anterior pero semejante, el período de Fernando VII, encontramos historiadores románticos y liberales que lo dejan vestido de limpio mientras que en las antípodas es fácil leer historias cercanas a la hagiografía. Ya decir que nuestra guerra civil fue trágica es un prejuicio si atendemos que ésta, como todas las guerras, son trágicas y en donde ocurren cosas terribles, difíciles de olvidar. Tan terribles y largas fueron como recientemente la guerra de los Balcanes, la de Siria e Irak, la de Ruanda o la del Congo.
Nuestra guerra fue tan trágica como todo lo que ocurre cotidianamente, en todas las latitudes. Siendo nuestra, la sentimos y la valoramos como si fuera la única en un ejercicio de egoísmo nacional.
Hay otros historiadores que, presumiendo de hacer ciencia, visualizan el pasado como un flujo, una cadena de eslabones en donde la situación anterior es causa de la siguiente, como si cada escena de la película fuera la responsable de la ulterior.
Azaña, por ejemplo, escribe que una de las causas de nuestra guerra civil era la división o contradicción de nuestra burguesía, como si las clases sociales fueran personajes de un teatro que de pronto entran en conflicto debido a lo malos que fueron sus padres y sus abuelos.
Se olvidan las personalidades, sus pasiones y sus decisiones, los personajes con sus intereses y pasiones
¿Por qué Alfonso XIII después de unas elecciones municipales deja España? ¿Por qué Sanjurjo se puso a las órdenes de Niceto Alcalá Zamora? ¿Por qué Franco se adhirió a un alzamiento que no había planeado? ¿Por qué no se conquistó Madrid al mes siguiente de la sublevación? ¿Por qué hubo más muertos en las retaguardias que en las vanguardias? ¿Por qué Hitler no se fiaba de Serrano Súñer, porque era demasiado católico para ser fascista? Y tantos por qué sin respuesta, salvo que acudamos al archivo personal de cada protagonista y encontremos los prejuicios que les movieron a tomar sus decisiones.
Si la historia fuera una cadena de hechos eslabonados no tendríamos remedio y tal vez la repetiríamos. Siendo libres somos susceptibles al cambio y podemos esperar que la educación mejore las cabezas.
No una educación doctrinaria en donde todo pasado es propaganda roja o blanca. Una educación en donde lo pasado, pasado está y el futuro no está marcado.
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