Un horizonte de perros
Crónicas granadinas ·
No puedo quitarme del pensamiento –arrancarme sería lo más justo– la imagen de ese perrillo blanco que mira a la cámara muerto de miedoTico Medina
Granada
Sábado, 2 de enero 2021, 23:42
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Crónicas granadinas ·
No puedo quitarme del pensamiento –arrancarme sería lo más justo– la imagen de ese perrillo blanco que mira a la cámara muerto de miedoTico Medina
Granada
Sábado, 2 de enero 2021, 23:42
Ladra muy lejos del río… Decía, dice, Federico, en su eterna y popular 'La casada infiel'. Aquel poema, que ya de muchachos, al menos en mi caso, nos sabíamos de memoria de tanto leerlo, de tanto decirlo, más que recitarlo. Bien que lo recuerdo cuando ... llevábamos a nuestras primerísimas novias, en el marco de nuestra bicicleta hasta más allá de la placeta de Gracia, donde se acababa entonces, aquella Granada nuestra, de la que cada día, cada noche, tengo más cercano recuerdo…
Sabíamos, o al menos yo, y mis 'quillos' más cercanos, los del barrio de la Magdalena, que cuando acercábamos a las niñas 'nuestras' hasta la huerta de San Vicente, donde vivió el poeta inmortal y entonces, casi maldito, podíamos rematar –qué feo verbo en esta ocasión– la faena, nada fácil, diciéndole al oído a las muchachas que nos acompañaban –o nosotros a ellas, que eran mucho más valientes que nosotros– el poema, entonces casi prohibido de la casada infiel.
Recuerdo, con su música de chelo roto, el verso al completo. Al fondo la casa donde vivió el poeta, asesinado, envuelto en el misterio de lo todavía desconocido. Ahora, mi hermanilla Lola, de la que no sé nada hace tiempo, vive prácticamente encima de la casa donde en la noche dicen que a veces suena el piano del poeta, más vivo que nunca. Ensoñaciones. Ahora ya es terreno conquistado, pero entonces cuando llegabas hasta sus tapias habías cruzado la línea roja, casi, casi, de lo prohibido. Bueno, pues, ahora, por encima de todo, incluso de la buena historia de Araceli, la señora de Guadix que ha sido noticia, ¡qué digo en España, en el mundo entero! Qué sonriente aguantó la primera vacuna de nuestra geografía, demostrando que, a veces, incluso sin querer somos noticia, si seremos gente inmensa, que todos los días tiembla Granada, terremotos, terremotillos constantes, sin que le demos más importancia, quizá porque somos conscientes de que para terremoto, el que estamos viviendo.
Pero vamos a ver, ¿Por qué lo del horizonte de perros del titular?, ¿a qué viene ahora, de nuevo, mover el ectoplasma, fulgurante, con esa metáfora además de hermosa, cierta? Pues les voy a decir por qué mis paisanos queridos. Porque no puedo quitarme del pensamiento –arrancarme sería lo más justo– la imagen de ese perrillo blanco que mira a la cámara muerto de miedo. Y sí, es verdad que los perros lloran, que a veces no hay más que escucharlos, después de que le hayan arrancado las cuerdas vocales, sencilla y ferozmente, para que no ladren. Noticia ésa que no solo se ha multiplicado en España sino que está dando la vuelta al mundo. Eso sí, con el nombre de Granada a cuestas. No la Alhambra y su constante hermosa noticia o la doble buena nueva de los hijos de Morente y Cano, que ya han heredado de sus padres el secreto de la llave del duende y no digo del escalofrío, porque esa ya la tiene nuestro mapa, con esa espantosa historia de los perros, que acaban de ser entregados a grupos de personas generosas, después de que les hayan destrozado, silenciado, enmudecido, ferozmente. Y para prueba el retrato, impresionante, del animal, aunque animal sea el que lo ha hecho, que da pie a que es cierto el pensamiento aquel. Que el perro es el mejor amigo del hombre es algo demostrado, no así que el hombre sea el mejor amigo del perro.
Yo nunca he tenido perro, si acaso aquel dálmata que un día nos regalaron, no sé si blanco con manchas negras o negro con manchas blancas y su memoria en un balcón de aquel carmen único de Santa Lucía, cerca del Palace, que estuve a punto de alquilar, y que cada día recuerdo... Pero sí he contado historias caninas, muchas a lo largo de mi vida, perdón, de mi perra vida. Aquel sencillo monumento al perro de aguas en Puerto Chico de Santander, ante el que los pescadores se santiguan cuando están al paso, hermoso y valiente compañero en la niebla, en las madrugadas de la anchoa, vigilante, siempre a proa.
Los perros que descubren la droga oculta, los que diagnostican con solo olerte que tienes diabetes, incluso hoy, el mal de la peste del virus. Ese amigo, hermano, que ahora ya después de haber dado todo por los demás espera que una mano amiga se lo lleve a su casa. Viejo perro lobo con ojos que piden y que ya habita en la residencia, de donde ya no se sale, de donde ya no se vuelve… Igual que le pasa a los ancianos, entre los que me encuentro, aunque ahora al final del túnel, maldito túnel, aparezca esa luz de la vacuna…
El chihuahua que llevaba en un bolsillo de su chaqueta de cuadros, Xavier Cugat, que vivía de precio especial en el Hotel Ritz de Barcelona y que un día me regaló un dibujo, caricatura, por él pintada de aquel secretario de estado judío de Nixon, al que dieron el premio Nobel de la Paz y del que ahora mismo, y así a pie de obra, no me acuerdo de cómo se llamaba…
A veces pienso, que me gustaría tener cerca un perro grande, con cara de pope, aunque tuviera que sacarle a mear dos veces al día, pero que se echara a mis pies, y también a los de mi 'santa', cada día más niña, en la lealtad para lo que fue creado. Igual que aquella tarde en París, cuando Brigitte Bardot me confesó, después de recibir el cheque de la revista Hola: «Créame, si hay un infierno para humanos, tiene que haber un cielo para perros».
La duquesa de Alba tenía, tiene que tener todavía en el inmenso jardín del palacio de Liria, donde yo escribí mis memorias, aquel precioso camposanto para perros. Como aquella foto que fue portada de ABC Color, de este viejo reportero acariciando el perro blanco, grande, a la puerta de la ermita del Pardo, junto al hoy Rey de España, el día que el Príncipe Felipe, cumplió los diez años. ¡Les contaría tantas cosas! Por ejemplo, decir, cuánto he sentido la muerte de Gregorio Salvador, el académico eficaz, humilde, silencioso, de la raza de don Julio Casares, su paisano al que yo conocí y entrevisté en la Real Academia, hace ya tantísimos años… Que también se me fue Armando Manzanero, el mexicano de Mérida que fue tan amigo mío, en mis años mexicanos. 'Esta noche vi llover, vi gente correr y no estabas tú'. Un día fui a verle a su casa de Reforma, con Lucho Gatica y luego los tres nos fuimos a comer con José Luis en el Parador. Una buena botanita para terminar al pie del último árbol de la Noche Triste, en Otumba, donde se ahogaron en el pantano de Xochimilco, los soldados de Cortés y no por el peso de sus arcabuces y sus corazas, sino porque llevaban las bragas de entonces llenas de oro, según la leyenda azteca. Y allí, la voz del que contaba la historia del otro lado.
–Y con ellos, aquí debajo, se han encontrado esqueletos de caballos y de perros, sin los cuales ustedes los españoles no habrían podido conquistar México. Perros que trajeron con ellos en sus barcos y de los que tan poco se cuentan.
Por eso hoy, adiós al maldito veinte, bien venido por poco que nos traigas, veintiuno, el horizonte de perros, de mis años de muchacho. A ver si le pido a los Reyes, si es que llegan, que no lo tienen fácil, me refiero a los Magos, no a los majos que son los nuestros y que también tienen perro, así que me permitan que siga ladrando, que es lo que vengo haciendo hace ya no se cuanto tiempo. Perro que ladra no muerde, perro no come carne de perro, cosa que no es cierta en nuestro oficio. Y yo, pues como siempre, esperando el año, esperando lo que venga, a cara de perro.
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