«Resulta obligado recordar que en historia, como ciencia que es, el contenido de la verdad no se impone, sino que surge del consenso siempre renovado de los especialistas»
JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ PALACIOS
Viernes, 2 de agosto 2019, 23:46
Occidente, en general, y nuestro país, como parte integrante de aquel, en particular, está descendiendo en las últimas décadas por una pendiente totalitaria. Ese es el proceso profundamente inquietante que pretendemos denunciar en el presente artículo formulando, además, una modesta propuesta personal para tratar de revertirlo.
Ofreceré inicialmente una relación de botones de muestra del hostigamiento interno al que están siendo sometidos distintos elementos que componen la democracia, la cual confirma hasta qué punto nos hemos adentrado por la senda que conduce a los siniestros dominios del totalitarismo que, lúcidamente, el pensador galo contemporáneo Claude Lefort identificaba, antes que nada, con la negación de ese sistema político:
a) El ataque a la libertad de pensamiento y expresión. El ejercicio de esta libertad ha llegado a tal grado de deterioro que el gran polígrafo español actual Javier Marías ha extraído la siguiente conclusión genérica: «Como he dicho otras veces, en poco tiempo hemos pasado de aquella bobada de 'Toda opinión es respetable' a algo peor: 'Que nadie exprese opiniones contrarias a las mías'». En efecto, ya no se rebate con argumentos racionales a quien manifiesta puntos de vista diferentes, sino que, como en la mejor tradición inquisitorial, se le vilipendia primero -a través de las redes sociales, dentro de los foros virtuales o en los medios de comunicación, convertidos en los nuevos lugares de escarnio público- para exigir después represalias contra el discrepante.
b) La falta de respeto hacia el derecho a la intimidad. Hemos alcanzado ya el extremo de que se pidan responsabilidades a cargos políticos por comentarios que, pese a su carácter desafortunado, realizaron en el curso de conversaciones privadas cuya difusión pública constituye una flagrante intromisión en el derecho a la intimidad que, sorprendentemente, no escandaliza a nadie. Parece como si, actualmente, existiera 'patente de corso' para 'entrar a saco' en el ámbito particular de la gente cuando, en el marco de aquel, no se mantienen las actitudes 'adecuadas' reclamándose una ejemplaridad a todos los niveles. Ahora bien, ¿si la intimidad no es también ese espacio en el que, sin caer en ilícitos, uno puede decir y hacer cosas impensables fuera de él, qué sentido tiene así como el derecho que la protege?
c) La vulneración de la presunción de inocencia. En el clima de cuasi histeria colectiva global desatado por el movimiento #MeToo, basta una mera acusación por acoso o abuso sexual -aunque el 'posible delito' se remonte a décadas atrás- para que se penalice, de inmediato, al sujeto contra el que va dirigida aquella sin esperar a que todo se dilucide donde corresponde: en sede judicial. Da la impresión de que la presunción de inocencia ha desaparecido ya del articulado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Luego, cuando algunas de esas denuncias se revelan como auténticas calumnias, tampoco importa mucho el daño irreparable infligido al honor y la reputación de las personas afectadas por las mismas.
d) Las restricciones respecto de la libertad de investigación. Hace ya algún tiempo que, en nuestro país, desde ciertas instancias políticas, se viene proponiendo la creación de una 'Comisión de la Verdad' que fije una versión 'oficial' incontrovertible de un atormentado período de nuestro pasado reciente como fue la guerra civil española y la subsecuente Dictadura del general Franco. Ante semejante iniciativa, resulta obligado recordar que, en historia, como ciencia que es, el contenido de la verdad no se impone, sino que surge del consenso siempre renovado de los especialistas después de innumerables pesquisas. Precisamente, esta pretensión de inculcar la 'verdad', sea del género que fuere, constituía para el economista y pensador liberal Friedrich Hayek una de las señales más inequívocas de la presencia del totalitarismo. Si prestamos atención, repararemos en que las 'agresiones' descritas anteriormente parten desde las filas de lo políticamente correcto. Pues bien, el imperio de lo políticamente correcto ha estimulado poderosamente, en nuestra opinión, la eclosión en Occidente de partidos abiertamente de derechas porque se han erigido en el altavoz de los puntos de vista de buena parte de la ciudadanía estigmatizados y solapados hasta ahora por la hegemonía de los cuestionables planteamientos de aquel acerca de toda una serie de delicadas materias. Para colmo, cuando este tipo de formaciones políticas acceden al gobierno en algunos países de nuestro entorno -como Hungría y Polonia- atentan también contra otro de los pilares básicos de la democracia como es la independencia judicial, de modo que contribuyen, a su vez, al aumento del totalitarismo. Desembocamos así en una situación en la cual este último es alimentado, de diferentes maneras, por ambos polos ideológicos dialécticamente opuestos.
Por tanto, habida cuenta de que la raíz de esta espiral totalitaria se halla en la preponderancia, durante las últimas décadas, en nuestra área cultural, de un 'pensamiento único' que, ahogando el debate serio y sereno de los problemas, no ha hecho más que enconarlos y, con ello, suscitar una reacción política extremista, solo cabe, a nuestro juicio, la siguiente salida de aquella: recuperar vigorosamente la actitud racional y crítica, esto es, la posibilidad de discutirlo todo, rigurosamente y con argumentos, sin crispación ni anatemas, o sea, volver a ser una sociedad abierta. De lo contrario, nos aguarda un resto de siglo todavía más -como agudamente lo ha calificado Javier Marías- 'medievalizante'.
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