Nada por lo que pedir perdón
Ignacio Pozo
Lunes, 30 de septiembre 2024, 23:17
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Ignacio Pozo
Lunes, 30 de septiembre 2024, 23:17
«Desatar el nudo sin romperlo», fue la declaración del presidente Iturbide en el acta de Independencia de México del reino de España, continuando con elogios a la España que les donó su lengua, cultura, religión y el mestizaje.
España ha emitido un comunicado cuestionando ... como «inaceptable» que el Rey Felipe VI no haya sido invitado a la toma de posesión de la próxima presidenta de México, Claudia Sheinbaum, e informando que, en consecuencia, no enviará a ningún representante a la ceremonia que tendrá lugar el 1 de octubre.
Para poner algunas cosas en su exacto lugar ante el desplante al rey de España por el Gobierno mexicano habría que apuntar algunos datos de interés.
En Nueva España (México) no hubo jamás ejército de ocupación. En 300 años de virreinatos españoles en Hispanoamérica, desde California a la Patagonia argentina, solamente emigraron desde la metrópolis cien mil personas. Cuando llegó la independencia en 1800, el Virreinato de Nueva España tenía el 60% nativos y el 30% mestizos. Hoy los nativos no llegan al 15%.
Ahondando en la archiconocida falsedad de las etnias nativas habría que mencionar que los aztecas, «ese pueblo milenario adelantado a todas las culturas existentes», jamás pudo ser destruido por apenas cuatrocientos desarrapados españoles y doce frailes, sino hubiera sido por el concurso del pacto de Hernán Cortés con todos los pueblos de Mesoamérica. Además, la brutalidad de las prácticas de los mexicas –mejor conocidos como aztecas–, los muros de cráneos y los sacrificios humanos, sumado a los tributos exigidos y el aislamiento de rutas de comercio (sobre todo en el caso de los tlaxaltecas), lograron el rechazo de todos los pueblos vecinos toltecas, mayas, purépechas, txcalas, tepanecas, chiolulas que se convirtieron en el 99% de los soldados que lucharon para lograr la caída de Tenochtitlán. Apenas el 1% del aquel ejército eran españoles peninsulares. A modo ilustrativo señalar que los aztecas, que disfrutaban de 18 días de fiestas anuales, inmolaban a cincuenta mil personas capturados de los pueblos citados para ofrecérselas a sus dioses, cantidad acreditada por los arqueólogos en los distintos osarios descubiertos, o que en la festividad del dios del agua Thaloc, la ofrenda fuese criaturas de menos de un año.
Tal fue la aceptación de los pueblos de Mesoamérica con España, que la metrópolis los trató como virreinatos, y no colonias, desarrollando leyes protegiéndolos como al resto de castellanos. El propio indigenista León Portilla escribió «si el mexicano odia al español se odia a sí mismo».
Respecto al otro mantra del «oro robado por España», en 300 años del Virreinato de Nueva España (México), solo representó el 7% del total extraído hasta la fecha, y de ese porcentaje gran parte se quedó allí para construir ciudades, universidades o catedrales. Solo recordar que treinta y tres ciudades fundadas por España en Hispanoamérica han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad, o se crearon veintinueve universidades por ninguna de los colonizadores ingleses, franceses o portugueses, y respecto a la primera universidad creada por el Imperio Británico tuvieron que transcurrir más de un siglo respecto a las españolas.
Es evidente que unos invasores «que van a llevarse el oro», no lo dejan allí para las construcciones referidas, al contrario de lo que hicieron las potencias europeas con sus colonias. Pancho Villa robó más oro a México que el que España extrajo, y fue Benito Juárez quien terminó con la mayor parte de los indígenas.
Por último, señalar que México estaba posicionado como la cuarta potencia mundial cuando España la dejó, y ocupaba desde la mitad de EE UU hacia Costa Rica. Su reducción geográfica se debió a la nefasta gestión de sus dirigentes tras su independencia, y que los británicos principalmente fueron los que abordaron la fragmentación de Hispanoamérica por intereses económicos, hasta el punto que tuvieron que estar pagándoles los nuevos estados durante más de ciento cincuenta años al Imperio Británico su apoyo a las distintas independencias.
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