Son dos aspiraciones vitales por las que, desde siempre, no solo se ha afanado la Humanidad sino que se ha enfrentado, a lo largo del ... tiempo, con enorme ferocidad, de tal forma que la Historia puede decirse que discurre o gira alrededor de esas dos pretensiones que, a pesar de los pesares, nunca la una acaba de imponerse a la otra.
La aspiración a la igualdad, bajo todos sus aspectos, parece una utopía difícil de alcanzar porque la misma naturaleza, ab initio, parece empeñada en negar la llegada esa meta, ofreciéndonos, en cada instante, el mensaje permanente de la desigualdad entre todas las cosas creadas, lo mismo en las referentes a los seres vivos que a los elementos irracionales o minerales.
Tal problema –con referencia a los humanos–, de forma decidida, nunca se presentó en la antigüedad en ningún pueblo conocido, ya fuera en el antiguo Continente como en el Nuevo o la América precolombina. Por lo que toca a Europa, ni los civilizados y cultos griegos o romanos se plantearon tal problema, y si que aceptaron con naturalidad el fenómeno de la esclavitud que todos lo consideraron como normal. Los medievalistas, más refinados, tal desigualdad social la organizaron a su modo con la creación de los famosos estamentos o clases; primer estamento: caballeros e hidalgos más clérigos en sus diversas escalas;segundo estamento, burgueses o adinerados. Y abajo, los menudos. Cada cual encajado en su estamento según su condición social dentro de una sociedad conformista con lo que parecía ser el orden natural de las cosas, tal como enseñaba la misma naturaleza, incluso humana: negros y blancos; grandes y pequeños, ricos y pobres; guapos y feos, etc., etc.
Tal situación vino a desmontarla el Estado unitario creado por el aluvión de pobladores de distinta condición, llegados a los Estados Unidos procedentes de Europa, lo que derivó hacia la Revolución Francesa de 1789, con la Declaración de los Derechos Humanos por medio, proclamando la igualdad y la libertad general y para todos los ciudadanos. Así se rompió el estado de los estamentos medievales para alumbrar la inmediata Democracia aupada por el liberalismo naciente.
Pero hete aquí que desmontados los estamentos, no todos estuvieron de acuerdo con ser iguales, sino que una parte de la nueva sociedad proclamó que no venían a este mundo a ser iguales sino a ser libres, por lo que proclamaron como dogma que la libertad debía preceder a la cacareada igualdad. Con lo que la incipiente democracia, ya en plena Revolución Francesa, se dividió entre los partidarios de la igualdad y los otros de la libertad, abanderados unos y otros, respectivamente, por los jacobinos y los girondinos, cuyo enfrentamiento nos alumbró la guillotina y su semillero de cabezas cortadas. Y la aparición de las llamadas izquierdas (en pro de la igualdad ) y las derechas (en pro de la libertad).
Los partidarios de la libertad consideraron que ésta no era una utopía inalcanzable ya que el hombre, desde sus orígenes, ha sido creado –como toda la especie animal– libre y dueño de su destino y de sus opciones, sin que la igualdad les afectara gran cosa, ya que su libertad les permitía optar a cualquier desigualdad, el atractivo más sugerente de la vida, así como escalar a cualquier nivel superior de la sociedad, especialmente el escalón económico, cuya cúspide no acaba nunca. Y permite disfrutar de los placeres más halagüeños de la vida.
De ahí que los defensores de la libertad se instalaran en la ambición más creciente del dinero y el poder, luchando permanentemente contra los obstáculos que conducen a toda clase de igualdad... Mientras los de la escala social más modesta, los más desfavorecidos de la vida y de la suerte y, sobre todo, del dinero y el poder prefieran luchar y defender la igualdad, porque es el cauce que les puede permite codearse con los de más arriba en igualdad de condiciones, si es que acaso no pueden ascender más arriba. Igualarlos, al menos, en riqueza y poder. De ahí que para lograr la utopía de su aspiraciones, el primer paso sea el reparto de la riqueza entre todos y por igual, y detrás de la riqueza, así igualados, alcanzar también la igualdad de alcanzar el poder bajo todos sus aspectos.
La consecuencia será el enfrentamiento de unos y otros, esa permanente dialéctica que el comunismo proclamó como lucha de clases, entre unas izquierdas en permanente campaña detrás de la igualdad, y los otros partidarios de la libertad. Una dialéctica que la Democracia siempre ha tratado de resolver con distintos desenlaces, ya que el enfrentamiento del poder del dinero con el otro poder del número, el proletariado, tiene complejidades muy variables que posibilitan el trasvase de una clase a la otra, y viceversa, con lo cual los resultados de tal dialéctica siempre son imprevisibles. En todo caso parece imposible el equilibrio entre una utopía, como es la igualdad, y una realidad, como es la libertad, al menos entre lo seres humanos y no humanos.
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