Imbéciles ilustrados

«Estamos asistiendo a la autodestrucción preventiva del único partido que nació de padres intelectuales y que empezó a morir por no apostar de manera sincera por esa intelectualidad política»

Marcial Vázquez

Almería

Jueves, 8 de diciembre 2022, 22:27

Uno de los dilemas más divertidos dentro de la filosofía política ético-moral es aquel donde habría que elegir entre un alcalde que es honesto pero incapaz de traer progreso para su pueblo; u otro que es un corrupto, amigo del nepotismo, pero que consigue ... empleos y riqueza para sus ciudadanos. No tengo duda de lo que escogería un intelectual, que es lo contrario de lo que votaría una mayoría de personas «corrientes». Digo esto porque me llama poderosamente la atención muchas de las recetas que proponen los referentes filosóficos de nuestro tiempo a los grandes males y desafíos que ya estamos sufriendo. Su problema es que son incapaces de entender que la vida real es algo-bastante-diferente a sus burbujas académicas-egocéntricas.

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Siempre he hablado y criticado a esos mediocres tóxicos que pueblan y corrompen nuestra política. Pero casi nunca del polo opuesto: aquellos con credenciales académicas admirables que acaban corrompiendo, exactamente igual, toda la esfera pública que colonizan. Está en sintonía con aquella falacia demagógica que pide que los políticos tengan a «donde volver» para que no se aferren en el cargo, como si muchos de los mayores adictos al cargo no fuesen personas con puestos profesionales privilegiados, ya fuese en el sector privado o funcionarial. Lamento decir que no existe una receta infalible o fiable para catalogar a los que nos piden el voto en función del riesgo a que traicionen a su palabra o a sus promesas. La política se ha vuelto tan compleja que se han confundido los disfraces con la realidad. Lo que no son iguales, por desgracia, son las consecuencias de elegir a un político de mentiras antes que a un político de verdad.

Uno de los mayores torpedos contra nuestra libertad y nuestro futuro viene, precisamente, de eso que los intelectuales han llamado «multiculturalismo», y que lo han impuesto como condición inevitable de ser demócrata y tolerante. Podría decirse que, de manera ideal y objetiva, el concepto es adecuado. Hasta que llegan los mundiales de fútbol y comprobamos en varias partes de Europa ese problema de convivencia que nos han intentado negar o blanquear mirando para otro lado. ¿Por qué los populismos de extrema derecha o con un discurso en contra de la inmigración están creciendo en múltiples países europeos, incluyendo templos de la socialdemocracia como Suecia? Porque las personas «corrientes» llevan ya algún tiempo sintiendo en sus vidas los efectos de ese «multiculturalismo» suicida y que las élites sobre europeas y europeístas han fomentado desde su isla privilegiada apartada de los resultados nefastos de sus estupideces.

Precisamente, estamos asistiendo a la autodestrucción preventiva del único partido que nació de padres intelectuales y que empezó a morir por no apostar- de manera sincera- por esa intelectualidad política. Es cierto que, con Albert Rivera, Ciudadanos sacrificó su sabia filosófica por un acelerador de partículas política-electorales, con un resultado final que descontroló todo el proceso tras la marcha de su principal valedor. Después, con Inés, Bal y otros liberales del montón, llegó el caos intelectual, la nada política y la ruina electoral. Pretendieron, ante eso, cambiar cualquier cosa del partido menos a ellos, llegando a esta farsa doliente llamada refundación. En Ciudadanos han quedado muchos de esos imbéciles ilustrados, que han arrastrado a otros muchos activos con capacidad y valor. Igea desea postularse como el juez inquisidor que decida quién es el digno para representar a los liberales. La realidad es que, si Ciudadanos logra sobrevivir a su estupidez interna y su sectarismo militante, será el primer milagro que habremos visto los españoles en toda nuestra democracia.

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