El imperio romano de oriente

La conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492 fue considerada en la Europa de aquella época como la contundente respuesta de la Cristiandad a la toma de Constantinopla por los turcos, 39 años antes

Juan José Plasencia Peña

Martes, 17 de mayo 2022, 00:26

Hasta no hace mucho, la idea que se tenía sobre la presencia del Imperio Romano de Oriente en la zona centro-norte de nuestra provincia, ... en torno a los enclaves de Ilíberis o Iliberri, ancestro de Granada, y Basti, Baza, durante los siglos VI y VII, era la de un dominio breve, superficial y que apenas dejó huella. Hoy, esta idea ha cambiado por completo, ante la publicación de diversos trabajos académicos centrados en la propia época de la dominación bizantina o romano-oriental, como quiera llamársela, los restos materiales de aquel período, la aportación cultural y artística que supuso y hasta la simbología que une, en particular, a la misma ciudad de Granada con la capital imperial, Constantinopla.

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Entre los estudios más recientes, es justo mencionar la contribución de los departamentos de Historia Antigua e Historia Medieval de nuestra Universidad, así como la del Centro de Estudios Bizantinos de Granada, y en particular la de una élite del profesorado granadino, de la cual forman parte los doctores José Soto Chica, Juan Antonio Salvador Oyonate y otras personas destacadas en la labor investigadora. Al parecer, y según los datos que dichos estudios nos proporcionan, los generales del emperador Justiniano (527–565) pusieron gran empeño primero en conquistar, después en mantener en su poder y por último en recuperar de sus enemigos visigodos Ilíberis, Basti y sus respectivas comarcas. El motivo de su interés no radicaba sólo, aunque también, en la riqueza demográfica y agrícola de la zona (que debía proporcionar reclutas y vituallas a su ejército, además de la posibilidad de imponer gravámenes y cargas fiscales), sino en particular porque todo este área debía servir como nexo de unión y corredor terrestre entre las dos ciudades más importantes que controlaban en nuestra Península: Carthago Nova, rebautizada Carthago Spartaria, actual Cartagena, capital política, administrativa y militar y sede del gobernador, y la gran metrópoli comercial y portuaria de Malacca, Málaga, su principal centro económico.

Por ello, Ilíberis y Basti parece que cayeron en poder de las tropas imperiales apenas éstas pusieron pie en la Península, en 552 ó 553. Dos décadas después fueron recuperadas por el monarca visigodo Leovigildo, en su intentona de quebrar el poder bizantino aislando sus posesiones levantinas de las malacitanas, y vueltas a ocupar por los imperiales más tarde, al menos en el caso de Basti. Tan grande era la querencia de Justiniano por nuestras comarcas, que pudo llegar a enviar a ellas (así lo señala, aunque no de forma categórica, Vallejo Girvés, en su libro Hispania y Bizancio. Una relación desconocida) nada menos que al gran chambelán Narsés, eximio militar que, junto al conde Belisario, había devuelto Italia a la autoridad legítima y era persona de la máxima confianza del monarca. En el caso de los territorios y enclaves aludidos, parece que el enfrentamiento entre romanos y visigodos, con frecuentes cambios en la posesión de ciudades y fortalezas, prosiguió, más o menos, hasta 630, cuando el emperador Heraclio, para poder atender mejor las fronteras orientales del Imperio, decidió la retirada de sus soldados de la Península, salvo tal vez manteniendo una minúscula guarnición en el área del Estrecho, como apunta, en algún artículo, el profesor Soto Chica.

En cuanto a los vestigios materiales del período aludido, éstos no son demasiado abundantes. Al tratar este punto, conviene tener en cuenta el carácter borroso y confuso de la línea que separa los conceptos y periodostardo-romano y bizantino, de forma que ciertos restos arqueológicos catalogados como pertenecientes al primero también podrían estar encasillados en el segundo. Ello provoca con frecuencia discusiones académicas, más o menos enconadas, entre quienes se inclinan por una adscripción u otra. Buen ejemplo de ello es el caso del Baptisterio de Las Gabias, cuya autoría tardo-romana o bizantina continúa siendo motivo de polémica. Lo mismo ocurre con la llamada Noria de la Huerta, en el término municipal de Caniles, respecto a la cual las y los especialistas no se deciden a terminar de aclararnos si tal construcción es romana, bizantina, goda o incluso musulmana. Y otro tanto puede decirse sobre determinados vestigios excavados en los yacimientos de Cerro Cepero y los Quemaos, muy cercanos a Baza.

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Por otra parte, tal vez el mejor ejemplo de la enorme importancia de la herencia cultural y artística de Bizancio en nuestra tierra lo constituye el llamado Arco de Herradura, que embellece aún más, si cabe, nuestra maravillosa Alhambra, entre otros monumentos granadinos y andaluces. Este elemento constructivo, que apareció en algunas iglesias de la entonces provincia bizantina de Siria y que es más que probable que llegase a nuestro país con los ejércitos de Justiniano, fue luego adoptado por visigodos y musulmanes, para acabar convirtiéndose, como hoy todo el mundo sabe, en emblemático de Andalucía.

Por último, quiero aludir a la relación simbólica entre Granada y Constantinopla, a la que me he referido al comienzo de este artículo. Respecto a ello, conviene recordar que la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492 fue considerada en la Europa de aquella época como la contundente respuesta de la Cristiandad a la toma de Constantinopla por los turcos, 39 años antes. La profanación y posterior conversión en mezquita de la espléndida catedral bizantina de Santa Sofía, superior en belleza y magnificencia incluso a San Pedro de Roma, había sido vengada con la rendición de la Alhambra. Esta circunstancia realzó y prestigió a nuestra Granada ante toda Europa y, en cierto modo, ayudó a preparar el camino que la llevaría a constituir, tres décadas más tarde, uno de los principales centros de poder del Imperio universal de Carlos V.

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Conviene aclarar que el nombre turco Estambul o Istambul no invalida ni sustituye en absoluto al de Constantinopla, transcripción española del griego Konstantinopolis. Para las y los griegos actuales, herederos del Imperio Romano de Oriente mucho más que de la Hélade clásica, referirse a la ciudad del Bósforo como Estambul es considerado como de mal gusto, como he tenido ocasión de comprobar en persona en alguna ocasión. Por otra parte, el nombre oficial de la ciudad, incluso bajo la dominación turca, continuó siendo Constantinopla, cosa que se mantuvo hasta la caída del Sultanato, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial.

También resulta legítimo llamarla Bizancio, aludiendo a una colonia helénica allí enclavada hace muchos siglos, y Nueva Roma, como la quiso bautizar su mismo fundador, el emperador Constantino. A la muerte de éste, sus sucesores decidieron renombrarla, en memoria y homenaje al gran césar, Konstantinopolis, esto es, la Ciudad de Constantino.

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