Implantada soberbia
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La Carrera ·
Ha sido en épocas muy recientes cuando la desvergüenza y la aniquilación de la autocrítica se han impuesto como referentesTal vez lo que esta abrumadora crisis en la que braceamos desconcertadamente más nos muestra, es que pone en evidencia la arrogancia que sostenemos individual y colectivamente. A pesar de que nuestro devenir como humanidad ya nos ha dejado bastantes avisos, hemos seguido ciegamente empecinados ... en la soberbia de creernos inquebrantables en nuestro orden global, y en tantísimos casos, personal. Cuando un virus hecho pandemia y tsunami arramblar de tanto, ha demostrado lo vulnerables que somos. Los antiguos griegos lo llamaban hibris, una actitud que fue retratada por Esquilo en su obra Agamenón, cuando el rey de Argos regresa a su hogar tras haber destruido Troya y acepta que se le ofrezca la alfombra púrpura de los grandes guerreros, sin pensar que había sido ayudado por los dioses. Si nos fijamos, llevamos un buen tiempo en que en todos los estamentos sociales, en los múltiples nexos que establecemos unos con otros, la soberbia es una actitud que predomina. El concepto puede asociarse a la altivez, el engreimiento, la presunción y la petulancia, tan imperantes en cualquier parte; como la avidez de poder y de importancia. Implica una satisfacción excesiva por la contemplación propia, menospreciando a los demás. Vamos a lo nuestro, a tener razón siempre, sin atender otros argumentos; sin que nadie nos contradiga. Así la gran enemiga de la razón es la soberbia. Desgraciadamente, a lo largo de la historia, la soberbia ha llevado a muchos dirigentes, de cualquier orden, a creerse imprescindibles y a considerar que su criterio es el único válido. Hablamos de una arrogancia extrema, junto a una creencia de superioridad exagerada que se manifiesta con afirmaciones excesivas y presuntuosas.
Hasta el siglo XVI, en occidente, la vanagloria se loaba. La ética del esplendor predominaba en la vida cívica y política. Para triunfar había que darse pisto, hacerse notar. El renacimiento aportó una revolución en las costumbres y en la mentalidad de la gente. Además de tener cualidades para triunfar se comenzó a valorar para ello el no llamar la atención. Ha sido en épocas muy recientes cuando la desvergüenza y la aniquilación de la autocrítica se han impuesto como referentes. Los ignorantes se jactan de su ignorancia. La ponderación, el reconocer valores en quienes piensan distinto, esa humildad que provoca la reflexión crítica y la duda como motor, se soslayan y arrinconan. Decía Unamuno que ejercemos con fruición lo que llamó la soberbia del yogui, que se aduerme contemplándose el ombligo. Y Quevedo señalaba: «La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió» en referencia a cómo nos aferramos a ella. Muchos políticos son ejemplo de lo que hablamos amparados por una esfera política que se ha dejado embaucar. Tenemos una realidad en la que la intemperancia, la soberbia y el egoísmo imperan entre los que lidian por el poder. La semilla o el abono de todos los conflictos es la soberbia sustentada por el egoísmo y la miseria moral. Y ahora en plena crisis provocada por la pandemia, tal vez sea buen momento para mirarnos cómo andamos de humildad, la mejor arma contra la soberbia.
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