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Se ha vuelto una práctica común te encuentres en el escenario que te encuentres, jalear al que piensa como nosotros y arremeter contra quien piensa diferente. Cada vez más parece que solo puedes estar contigo mismo, o con los 'tuyos', mientras los 'otros' son anatema. ... Hoy prácticamente se ha vuelto un pecado conjugar el verbo discrepar, discrepar en un espacio común, abierto a la consideración de los puntos de vista, de los matices. Ya cada vez menos nos planteamos pensar y discernir si estamos de acuerdo con lo que escuchamos o leemos. Sólo se trata de echar mano del sencillo manual del blanco o negro. Jonathan Haidt (Nueva York, 1954), profesor de la Universidad de Nueva York, experto en psicología moral, en la polarización, y en la libertad de expresión, dice: «Las personas se unen en comunidades políticas que comparten narrativas morales. Cuando aceptan determinadas narrativas quedan ciegas ante mundos morales alternativos». Jonathan Haidt, ha estudiado por qué tantas personas viven divididas por la política y la religión. Y la cuestión no es únicamente el relato moral que forma el grupo, sino el papel que se otorga al que tiene otro tipo de relato, al otro. Vivimos muy marcados por el discurso de las emociones.
Así, la dificultad del debate político reside en que los objetivos y valores que mueven a las diferentes partes dependen enormemente de raíces intuitivas y emotivas, y sólo en una pequeña parte de la razón. Hemos perdido la sana costumbre de escuchar. De escuchar lo que no compartimos, de intentar comprender la discrepancia. Mientras, por ejemplo, en el mundo científico y académico en general, se discrepa todo el tiempo. Eso desarrolla el intelecto y pone a prueba las diferentes teorías. Un término afín a discrepar es discutir, del que el diccionario de la RAE tiene dos acepciones: 'Examinar atenta y particularmente una materia', 'Contender y alegar razones contra el parecer de alguien'. Hoy la discusión es muy difícil que la entendamos coloquialmente como en la primera acepción y normalmente la interpretamos como una especie de bronca o contienda.
Los textos científicos y académicos, sin embargo, incluyen un apartado denominado 'Discusión', en el que se cotejan los resultados con lo encontrado por otros científicos o profesores, etc. y se valora su importancia y limitaciones. Mientras esto último enriquece, lo otro, la zapatiesta y el embrollo, empobrece, ya que aquello nos abren perspectivas, y esto las reduce a una, la propia y maniquea. Es una lástima que estemos malhiriendo la discrepancia y que dejemos que campen a sus anchas quienes vociferan con su 'verdad absoluta' en el insulto, en el ataque exacerbado. Son aquellos que sin argumentos se escuchan a sí mismos y se tapan los oídos cuando otros discrepan.
Lo triste es que quienes discrepan, quienes abogan por el razonamiento, acaban dejando el debate, por puro aburrimiento. Ellos saben que tienen mucho que hacer, para perder el tiempo en una lid que se está volviendo estéril y difuminada.
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