El Covid-19 presenta características de transmisión que lo hacen prácticamente indetectable a través de portadores asintomáticos acelerando sorpresiva y extraordinariamente su diseminación
ALBERTO PUIG HIGUERA
Jaén
Viernes, 10 de abril 2020, 12:45
La comunidad científica está confundida. El sistema sanitario desbordado. Nuestro arsenal inmunitario forzado. La sociedad angustiada. Los gobiernos noqueados. Esta crisis nos ha cogido por sorpresa a propios y extraños. Y la solución se sigue jugando, y no solo en España, a una sola carta; una carta con dos caras de igual peso: el aislamiento feroz con un descomunal coste social y económico -también sanitario pues el Estado va a perder capacidad económica para defender el mismo estado de bienestar sanitario que antes del estado de alarma-, y el reforzamiento exprés de la asistencia clínica hospitalaria. Y con el objetivo prudente de rebasar cuanto antes el famoso «pico de infecciones». Sin saber bien qué pasos dar después.
Y en medio de la incertidumbre, para colmo de males, esta semana España se pone a la cabeza mundial en tasa relativa de contagiados y de muertes cada cien mil habitantes.
El Covid-19 presenta características de transmisión que lo hacen prácticamente indetectable a través de portadores asintomáticos acelerando sorpresiva y extraordinariamente su diseminación. Pero el hecho de que la letalidad de sujetos por debajo de 60 años sea residual (5% en total) -por debajo de otras infecciones más comunes-, que el 50% de las muertes en mayores de 60 años lo sean en pacientes con patologías de base o previas, y que clínicamente las recuperaciones en ese mismo segmento poblacional suban y estén ya en torno al 35%, son facetas epidemiológicas que vistas -con cautela-, en conjunto y en positivo van a posibilitar validar medidas eficaces de gestión terapéutica a corto. Lo que sumado a que el contagio sea fundamentalmente de «garganta a garganta» va a facilitar en las siguientes etapas, muy probablemente, y de forma combinada con nuevas medidas de gestión social menos traumáticas que las actuales.
Complejo de gestionar
Por otra parte, existen virus y bacterias en entornos humanizados que son letales frente a sujetos de cualquier edad y/o se transmiten y se mantienen virulentos por aerosol o en suspensión a mayores distancias; es decir, si se dieran las circunstancias podríamos estar en un escenario más complicado con otros patógenos. Es pertinente ser conscientes de ello: el Covid-19 no es tan peligroso como complejo de gestionar.
Ya con el telón de fondo de la amenaza terrorista por 'armas biológicas' y tras la 'mini' crisis del ébola de finales de 2014, fueron muchas las voces que animaban un reforzamiento de protocolos de seguridad nacional biológica y de revisión de las políticas de hospitalización justo en el momento que salíamos da la crisis económica. Fue el momento de plantear escenarios de contingencia. Pero los datos confirman que en España, el número de camas hospitalarias y de UCI cinco años después siguen estando por debajo de la media europea.
El advenimiento de nuevos virus es algo inevitable y común; cada año nos exponemos a virus nuevos, a cepas nuevas, con recombinaciones y mutaciones. Hasta ahora nuestro sistema científico-sanitario y nuestro sistema inmunitario funcionando en tándem habían conjurado esas amenazas con bastante éxito.
Lo que ha ocurrido en esta ocasión es una tormenta perfecta. El virus ha explotado en una suerte de carambola epidemiológica las zonas más vulnerables, las grietas del triple sistema de defensa: protocolos de seguridad y emergencia nacional biológica, la capacidad hospitalaria del sistema público científico-sanitario y la respuesta del sistema inmune en un segmento poblacional muy concreto.
«Tampoco ha ayudado la exigua reserva estratégica de equipos médicos y tecnológicos»
Aún es pronto para aventurar las causas -diversas, complejas, y que no serán única y exclusivamente responsabilidades tecnócratas y políticas, pasadas y actuales- que han mermado margen de maniobra.
Pero qué duda cabe que, primero, a gran escala las políticas economicistas y globalizadoras de la última década han perjudicado nuestra capacidad de respuesta científica-sanitaria y hospitalaria para afrontar situaciones críticas o de catástrofe. Tampoco ha ayudado la exigua reserva estratégica de equipos médicos y tecnológicos. La reciente y atropellada toma de decisiones tecno-políticas para compensar esa debilidad ha generado también muchas dudas sobre la eficacia y confianza de la administración en sus propios protocolos de emergencias y bases de datos de proveedores.
No es evitable
Pero en definitiva, prácticamente ninguna crisis sanitaria es evitable desde su origen; aunque su evolución y sus efectos sí pueden intentar amortiguarse mediante gestión preventiva previa y gestión reactiva en tiempo real. Nuestro sistema público lo ha hecho con bastante eficacia hasta el momento de la llegada subrepticia de esta crisis. Lo que no quita para que nos preguntemos por las grietas y fisuras, pasadas y actuales, por donde se nos ha colado este virus.
Y para ser ecuánimes hagámoslo valorando también el apreciable historial de aciertos de nuestro sistema público científico-sanitario que, no olvidemos, en los últimos cuarenta años ha hecho frente con éxito a otros numerosos episodios epidémicos infecciosos también difíciles de gestionar.
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