La vacuna de AstraZeneca/Oxford se ha convertido en un imán para las polémicas. Y en ello, muchas son y han sido la informaciones que hemos recibido sobre la vacuna británica y más en los últimos días, que han alterado nuestra percepción de esta vacuna.
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La vacuna de AstraZeneca/Oxford nació como una de las más prometedoras. Parecía ser una de las mejores apuestas para acabar con el coronavirus. Era una vacuna hecha entre la Universidad de Oxford y un laboratorio como es AstraZeneca, con mucho dinero y comprometiéndose a vender sin ánimo de lucro. La vacuna de AstraZeneca/Oxford no solo fue la primera en anunciar que llegaría al mercado en 2020, sino que también se presentó como una opción más barata que los competidores. Más barata y más fácil de almacenar, la vacuna de AstraZeneca generó muchas esperanzas.
Todo empezó en el proceso de creación de la vacuna. Era la no moderna, frente a las de ARN mensajero. El hecho de que la eficacia de la vacuna de AstraZeneca/Oxford es ligeramente menor a la de las de ARN mensajero y ha generado alguna suspicacia en algunos grupos poblacionales cuando se enteran de que la vacuna que van a recibir es la de la farmacéutica británica. Hasta la gran polémica de los trombos en la actualidad, hemos pasado por los problemas en el suministro (los retrasos han causado tensión con la UE, que ha exigido explicaciones a la compañía y ha dudado de la voluntad de AstraZeneca para cumplir con lo prometido), la aparición de 30 millones de dosis acumuladas misteriosamente en una planta italiana y descubiertas por el Gobierno del país o conocerse que se habría podido usar datos desactualizados para su último ensayo en EE UU. La situación de conflicto ha enfrentado a Bruselas de forma directa con Reino Unido, abriéndose un mecanismo para vetar las exportaciones de vacunas de la UE.
Junto a ello, los datos publicados aseguraban que la vacuna era un 79% efectiva frente a casos sintomáticos y un 100% contra graves y mortales. Sin embargo, ante los comentarios de investigadores de EE UU, se tuvo que cambiar la información aclarando que la eficacia es de un 76% ante la idea planteada de que existía la preocupación de que hubiera «información desactualizada» o una «vista incompleta» de los resultados.
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También ha habido cuestiones ligadas a la edad de la personas vacunables que ha generado mucha tensión. Mientras en algunos países se vacunaba a las personas mayores de 65 años, en otros a los menores de 55, para luego cambiar a los de entre 60 y 69 años. Alemania advirtió que la evidencia para los mayores de 65 años no era sólida, mientras que la Agencia Europea del Medicamento decidió aprobar la vacuna para todos los mayores de 18 años. Sin embargo, los datos del mundo real generados por el despliegue de la vacuna en Reino Unido demostraron que tanto la vacuna de AstraZeneca como la de Pfizer tienen una eficacia superior al 80% en la prevención de hospitalizaciones en mayores de 80 años tras una sola inyección. Al mismo tiempo, Francia aseguró que la vacuna no funcionaba para mayores. Tanto cambio ha generado mucha incertidumbre y mucha confusión.
Además, ha sido un problema las paralizaciones ante los la situación con los trombos. Dinamarca anunció que suspendía su administración tras detectar casos de trombos que podrían tener relación con la inoculación, uno de ellos con resultado de muerte. El 15 de marzo España anunciaba parar la vacunación con AstraZeneca, decisión que se adoptó después de que Francia, Alemania e Italia se hubieran sumado a la suspensión de la administración de la vacuna, mientras se investigaba una treintena de casos de trombos en varios países europeos. Posteriormente la EMA, tras la revisión de los casos, concluyó que había una posible relación entre la vacuna y las trombosis, pero que el beneficio seguía siendo infinitamente superior al riesgo, de modo que aconsejaba continuar con la vacunación. A partir de ahí, ha habido dimes y diretes, unos han dicho A y otros un hecho B. Unos han hablado y otros han callado. Y la gente, infoxicada.
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El laboratorio, que parecía tener la clave para terminar con la pandemia, se encuentra ahora en el medio de un conflicto político y tendrá que luchar por recuperar la confianza tras numerosas controversias, que estoy convencido que le va a costar recuperar.
Cuando algo va mal con un producto, rara vez se trata sólo de un problema de comunicación, pero ese parece ser el caso de la vacuna de AstraZeneca, sin duda alguna. Hay quien dice que las prisas por satisfacer las presiones de comunicación del mercado de valores y de los funcionarios de salud pública han llevado a cometer algunos errores. Cómo decía Milagros Pérez Oliva, que la evidencia científica tarde y sea cambiante no se puede evitar en una situación como esta. Pero las dudas que genera deben combatirse con información rigurosa y pedagogía.
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Yo añadiría algo más que tenemos sesgos ligados a aceptar solo la información que cuadra con nuestras creencias a priori y que nos creemos que sabemos más sobre un fenómeno que lo que realmente sabemos. También encontramos a quienes apoyan en parte sus ideas sin mencionar la cantidad de estudios que lo refutan. Y ante el poco poder de convicción que tienen a veces las cifras, es necesario empatizar con historias reales y próximas, enfatizando el mensaje de no me vacuno por mí, lo hago por ti y tu familia. Y eso ayuda a cuál es el comportamiento correcto que debemos seguir.
Sabemos, como dice el economista Pedro Rey, que la forma de presentar la información afecta muchísimo a nuestra interpretación de los datos. Por ello, centrar el foco comunicativo en el riesgo muy extremo de desarrollar un efecto secundario muy poco probable, nos lleva en muchos casos a sobre reaccionar y tener un miedo irracional a algo, sin ponderar adecuadamente ni el beneficio relativo frente a ese riesgo, ni los riesgos de otras medidas alternativas. Junto a ello, dice que tener más en cuenta las dificultades de la población para entender datos probabilísticos y adaptar su comportamiento en consecuencia, es fundamental.
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La información bien contrastada y la comunicación con emoción son la clave para superar las fobias colectivas como la que se ha generado con la vacuna de AstraZeneca. Y el miedo que tenemos a la vacuna es porque nos sentimos vulnerables, porque nos aterra la incertidumbre y porque pensamos que nos puede tocar a nosotros. Lo emocional es clave para conseguir el cambio y que el miedo y la intoxicación no nos deje paralizados.
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