Aquel día inolvidable en Estoril
Crónicas granadinas ·
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Crónicas granadinas ·
Se trataba de una visita importante, y además, sobre todo, a quien acompañaba en la citaLa secretaria de Luis María Ansón, entonces subdirector de ABC, me llamó a primera hora de la mañana de aquel día, qué bien lo recuerdo, y que como siempre tiene para mí el mandato no solo de la memoria sino de la actualidad.
« ... Mañana a las nueve en punto te recogerá en la puerta de tu casa el conductor de don Juan Ignacio Luca de Tena (presidente de ABC). Vas a Estoril a ver a Don Juan, conde de Barcelona. Lleva el pasaporte que imagino lo tendrás en regla porque no paras de viajar, y un traje oscuro con corbata que tenéis que ir a Villa Giralda, que el señor os estará esperando».
O sea. Se trataba de una visita importante, y además, sobre todo, a quien acompañaba en la cita. El fotógrafo también. El reportaje importante para el suplemento dominical, que está, o debe estar en la impresionante hemeroteca digital ya de la Casa ABC, donde está media vida mía.
Me gustó, me emocionó como siempre , y sobre todo convivir con él un largo y emocionante viaje. A Don Juan ya tenía el gusto de conocerle, de un viaje a Fátima, que ya conté en su momento. Pero, en esta ocasión, mucho más, porque era en compañía de esa gran figura del periodismo, que era don Juan Ignacio, una verdadera leyenda, al que a veces alcanzaba a ver, desde mi pequeño, mínimo despacho, es un decir, de la primera planta de Serrano, después del hermoso patio de azulejos sevillanos... donde yo tenía una antigua foto del padre de la dinastía, y un rincón donde aprender tanto, y tanto, en aquella casa que fue para mí sin duda lo más importante de mi existencia personal y periodística.
Total, que en el Mercedes de toda la vida con el chofer de toda la vida también, camino de Portugal, carretera de Extremadura, don Juan Ignacio delante, junto a su conductor de siempre, y detrás el reportero gráfico y un servidor de ustedes.
Don Juan Ignacio, cercano, queriendo saber muchas cosas, luego después alguien me contó, que quizá deseaba conocer mejor a aquel periodista patilludo, andaluz cien por cien, que quizá en algún momento quién sabe si «pudiera ser director del ABC de Sevilla», cosa que es mejor que no lo fuera, por el bien de la institución y del periodismo en general, claro.
Almorzamos, muy bien, en el parador nacional de Cáceres. Perdiz en escabeche de las que les dejaban un plomo dentro para que se supiera que había sido cazada como manda la ley cinegética. Al terminar, va y dice don Juan Ignacio:«Ea, ahora me toca a mí».
Estábamos a medio camino, más o menos de la frontera de Portugal, y el señor marqués pretendía conducir hasta Lisboa por lo menos, o hasta la aduana en el puente. Hizo lo que pudo por que el jefe se echara una siestecita pero fue imposible. Enérgico, el jefe lo sentó a su lado. El conductor nos miró hacia atrás como diciendo «donde manda patrón no manda marinero».
Y así hasta Lisboa. Bien es verdad que con alguna curva incierta, pero don Juan Ignacio conducía formidable, si bien valiente, y podíamos estar tranquilos.
Al día siguiente, por no hacer muy larga la historia, a media mañana, a Estoril, nos acompañaba el corresponsal de ABC entonces en Lisboa, un periodista a entrañable por encontrar un solo adjetivo. Tenía una enorme responsabilidad su corresponsalía y nos retratamos antes de salir a la casa de Don Juan y doña María, donde vivían su exilio.
Y Villa Giralda. Pequeño chalet, sí, chalet, donde vivía la familia real española su largo, y doloroso, exilio. La bandera de España sobre el jardín, algunas flores frescas, y ya Don Juan, en persona, fuerte, grande, sonriente, con su traje cruzado de siempre, aquel hombre del que la historia dice que fue hijo de rey y padre de rey sin llegar a ser rey. Si acaso de aquel momento mágico, cuando cedió el paso en la historia el sonido excepcional, del taconazo. «A sus ordenes, majestad».
Doña María, sentada en su silla de ruedas, la cabeza dorada, ligeramente, suavemente ladeada, al fondo de aquella sala, que los españoles habíamos visto alguna vez. Las fotos con marcos de plata, el globo del mundo en colores, la vieja tapicería de la Casa Real.
«A Medina ya tengo el gusto de conocerle… Por cierto. ¿No se te ha borrado ya el tatuaje que me enseñaste aquel día, que yo te enseñé los míos que me hice cuando navegaba por todo los mares del mundo con la marina real británica?
Y volvió a mostrármelos. Impresionantes. Dragones, anclas, sirenas, corales. Me río yo, de la espalda, es un decir, de Sergio Ramos.
En el balcón un catalejo sobre el Atlántico.
–Lo tengo solo para mirar a España.
–Pero señor. Si apunta hacia el océano, España está hacia atrás.
–Cierto. Pero ahí cerca está el Giralda, mi barquito, que siempre me lleva a España… ¿Tu eres granadino, no? Pues tengo muy buenos amigos, en La Herradura, en Almuñécar, en Motril...
De pronto: «Marqués, Juan Ignacio, dime cómo va la nueva aventura del ABC de las Américas, que me interesa mucho...».
La primera portada del ABC americano es para mí de legítimo orgullo. Está Nixon, con su chófer gallego y un servidor de ustedes, que consiguió eso que ahora se llama exclusiva.
Entonces, don Juan Ignacio que va y dice: «Bueno, para eso le he traído, señor, a Medina, que es redactor jefe, de ese nuevo invento de mi hijo Torcuato. Yo tengo mis dudas, pero en fin, que él le cuente lo que sabe de esta locura…».
El día que el 'ABC de las Américas salió por primera vez estábamos allí para celebrarlo a lo grande María Dolores Pradera, que mantenía una muy buena amistad con el maestro Luis Calvo, Torcuato, desde luego, Cafrune, el enorme cantante argentino, siempre vestido de gaucho, al que después asesinaron en una carretera de Argentina junto a su caballo, el genio Mingote al que yo quise tanto….
Total, que le conté al Rey Juan III lo que sentía, lo que sabía, lo que podía contar de aquella hermosa aventura de la que ya no queda más que un aroma en la hemeroteca… ¡Me va a contar a mí de ABC! Sangre de mi sangre, alma, corazón y vida… Visitamos la Casa Blanca y allí nos retratamos.
Pero se intentó. Está en la historia del periodismo, que hoy reseño, como aquel día de Estoril, donde no sé por qué pienso, luego existo, que al Rey Emérito le gustaría volver a vivir, pero lo justo, que allí también hay recuerdos muy duros para él de sus tiempos de muchacho, de cuando su hermano Alfonso…
Algún tiempo después, un día, ya con las luces apagadas del cine Amaya, donde estaban poniendo, una película de Chiquito de la Calzada, vi que atravesaba el pasillo entre dos luces doña María, en su silla de ruedas, empujada por un oficial de paisano de la guardia real. Pasó rápida en silencio y de pronto volvió la cabeza torcida.
Perdón, ladeada, de siempre. Va y me dice: «Que sepas que recuerdo mucho aquel día en Estoril con Juan. Y lo que escribiste después en ABC. Y que sepas que me gusta mucho verte en la tele y si sé que estás y yo no, mando que te graben».
¡Villa de Estoril de nuevo estos días recordada! Pero ningún recuerdo como el de aquel día que yo compartí con aquellos personajes formidables únicos, que hoy vuelven a la actualidad una manera poderosa, discutida, necesaria.
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