El 22 de abril se celebra cada año desde 1970 el Día Internacional de la 'Madre Tierra' con el objeto de fomentar la armonía entre ... la naturaleza y la 'Madre Tierra', así como para recordar la importancia de la ecología y la protección del medio ambiente, siguiendo las directrices de la declaración de Río de 1992. En este su 50 aniversario nos parece muy oportuno recordar a la sociedad nuestra responsabilidad en el mantenimiento del medio ambiente, considerando el estado en que se encuentra nuestro planeta y sus ecosistemas, así como la necesidad de disminuir individual y colectivamente la contaminación de nuestro ambiente más cercano.
'Madre Tierra' es una expresión muy usada por los pueblos más primitivos y místicos que vivían la fuerte interdependencia existente entre el ser humano y el resto de la creación dentro del planeta que todos habitamos. Desde la más remota antigüedad se ha entendido a la Tierra como la 'Gran Madre' que ha generado a todos los seres que existen en ella, la 'Pacha Mama', la 'Nana'. En el siglo XIII Francisco de Asís, en su espiritual 'Cántico de las Criaturas', alababa al Señor por nuestra hermana y madre Tierra, considerándola ya como madre, pero a la vez como hermana por haber sido creada por un mismo Creador. Era un paradigma de fraternidad cósmica, precursora y fundamento de lo que hoy se conoce como ecología integral.
Los más recientes descubrimientos científicos confirman la hipótesis de 'Gaia' formulada en 1969 por J. Lovelock, según la cual la Tierra es un superorganismo vivo y complejo, que se autorregula para mantenerse siempre apta para permitir la vida sobre ella. La Tierra está viva, por lo que tiene que ser respetada como todo ser vivo. Lo mismo que los seres humanos tenemos una dignidad y unos derechos, la Tierra los tiene.
En el preámbulo de la 'Carta de la Tierra' firmada en año 2000 se nos recuerda que «estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro… En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras». Por eso, parece conveniente insistir en que necesitamos un cambio de mentalidad para ir asimilando este nuevo sentido de responsabilidad universal y de interdependencia global. Cada vez se hace más imprescindible una ética de la corresponsabilidad que conlleve una gran atención a los cambios que está sufriendo nuestro planeta, a la vez que una gran capacidad para adaptarse a esos cambios. Esa ética deberá basarse por una parte en el principio de responsabilidad, tal como lo enunció H. Jonas: «Obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana en la Tierra». Pero este principio debe complementarse con el principio de compasión universal, presente en las grandes tradiciones religiosas de la humanidad y que se podría resumir como sigue: «Bueno es todo lo que conserva y promueve a todos los seres en su equilibrio dinámico, especialmente a los vivos y, de entre los vivos, a los más débiles y amenazados».
La ética de la corresponsabilidad está relacionada en gran parte con el asombro y la veneración con que los científicos, sabios y místicos de hoy día se encuentran ante el universo a medida que van siendo conocidas sus maravillas. La ciencia y la mística parecen tener un mismo origen: la fascinación ante la belleza y la armonía de nuestra realidad más profunda. Como muy bien expresa L. Boff, «ambas apuntan en la misma dirección: hacia el misterio que late en todas las cosas, vislumbrado racionalmente por la ciencia y experimentado emocionalmente por la mística como algo bello, lógico y radiante. Todo converge en el nombre de Aquel que es el sin nombre: Dios, Tao, Atma, Alá, Olorum, etc.». Hoy día se acepta que, aunque son diferentes, Dios está presente en el cosmos y el cosmos está presente en Dios.
Toda espiritualidad debe producir en el ser humano una profunda transformación interior. Por eso, una espiritualidad ecológica nos debe llevar a un profundo éxtasis ante la naturaleza, al entusiasmo para trabajar en su defensa, al anuncio de la belleza y de la armonía de la creación. Recordando de nuevo al santo de Asís, podemos considerar que la naturaleza no es algo solamente externo, sino intrínsecamente interno al ser humano. Nos une un vínculo de fraternidad que Francisco ya intuyó en su tiempo. No podemos considerarnos como seres separados de la Tierra; somos hijos de la Tierra, somos la misma Tierra que se hace autoconsciente.
Por eso, en estos momentos en que el hombre parece haber tomado claramente las riendas de su futuro, no podemos olvidar nuestra responsabilidad en la continuación de una creación todavía incompleta que necesita del ser humano como 'co-creador' (A. Gesché) para dirigir su propia evolución. Puede que de no cambiar nuestro comportamiento se produzca lo que Lovelock llamó 'la venganza de Gaia', que no llegará a ser venganza porque es madre, pero que puede mostrar de diversas formas las señales de su deterioro. En este sentido, no deja de ser interesante que investigadores de la Universidad de Harvard hayan demostrado una estrecha relación entre la contaminación ambiental y la tasa de mortalidad por el coronavirus. Por tanto, tengamos presentes las palabras que el cacique Seattle pronunció en 1865: «Somos parte de la Tierra y ella es parte de nosotros… Una cosa sabemos: que la Tierra no le pertenece al hombre... Es el hombre el que pertenece a la Tierra. Lo que hiere a la Tierra, hiere también a los hijos e hijas de la Tierra…» y actuemos en consecuencia.
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