Invisibles
Los olivos suicidas ·
Últimamente lo he escuchado con frecuencia de labios femeninos, «las mujeres nos volvemos invisibles a los cincuenta»ernesto medina rincón
Miércoles, 11 de agosto 2021, 23:42
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Los olivos suicidas ·
Últimamente lo he escuchado con frecuencia de labios femeninos, «las mujeres nos volvemos invisibles a los cincuenta»ernesto medina rincón
Miércoles, 11 de agosto 2021, 23:42
Creía que era sólo el pretexto para una película de Gracia Querejeta. Sin embargo, debe estar en el ambiente social porque, mediando variaciones, últimamente lo he escuchado con frecuencia de labios femeninos, «las mujeres nos volvemos invisibles a los cincuenta». Las más optimistas retrasan el ... momento del ostracismo a los sesenta. No se estila tal aserto entre los varones. Hasta que en una ociosa reflexión veraniega me plantee mi propia, y cercana, invisibilidad. La cual acontecerá llegada la jubilación.
Son, evidentemente, invisibilidades distintas. La dirección de un Instituto no supone portadas de periódicos ni sueltos en las noticias locales, pero otorga una cierta popularidad que sucedáneamente colma-calma la vanidad. Estar al frente de un centro educativo implica presencia pública. Es una manifestación en grado reducido de lo que se denomina erótica del poder. Que a mi juicio no es la excitación de mandar sino la posibilidad de ser objeto de conversación o identificación en la calle. Cabe la posibilidad de que mi natural vanidoso desvirtúe la realidad, pero lo asumo como patología propia.
Si mi presunción antedicha es cierta, la etiología de la invisibilidad femenina es parecida. Cuestión de presencia social y vanidad. Con la diferencia de que hay casos en que se fía casi todo a la casquivana belleza. La cual no se pierde llegada la ominosa edad, pero las transformaciones hormonales, los cambios físicos producto de la menopausia y el envejecimiento provocan un deterioro de la autoestima.
Hay muchos siglos de machismo en tales hechos. El varón no solía preocuparse de su aspecto. En la Celtiberia reciente son frecuentes los barrigudos, las greñas cotidianas o el vestir desaliñado casi rayano en lo harapiento. Que un varón se procurara cuidados cosméticos era síntoma de maricón. El hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso. A los varones nos protegen siglos de historia. Incluso la evidencia de que la fisiología sexual masculina sufre más con el paso de los años queda difuminada frente a los pesares de las mujeres. Por más que pueda complacerme, no acabo de entender lo de los maduritos interesantes cuando tal afirmación implica exclusivamente a uno de los sexos.
No pretendo una reivindicación de la belleza otoñal. Postulo una invisibilidad igualitaria. Incluso en provecho propio. Porque si las damas procuran colores y buen gusto en los ropajes por mor de combatir esa lacra que se imponen a sí mismas, a los caballeros se nos mira raros si alcanzada una cierta década no nos ceñimos a las camisas de tergal. A lo sumo un polo de Pierre Cardin de colores crudos. Mi contribución contra esta lacra será comprarme en las rebajas de Adolfo Domínguez una camisa de lino color bermellón. Una vacuna para que la jubilación no me asole aliada atrozmente con la llegada de los sesenta.
Además, le doy trabajo al bueno de don Luis de Góngora. A ver dónde diantres coloca la invisibilidad en su famoso soneto sobre lo efímero de la belleza y la vida. Aquél que acaba con la gradación «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada». Quizá tornarnos transparentes sea sólo un anticipo del final. Sin distinción de sexos.
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