Granada esconde en su historia la terrible, al tiempo que maravillosa, historia que dio lugar al nacimiento del espíritu que, desde hace más de cuatrocientos años y hasta hoy, da vida al modelo de enfermería en función del cual enfermeros y enfermeras atienden a los ... pacientes de nuestros hospitales, siempre con una sonrisa en los labios, una caricia en sus manos y unas palabras de aliento cuando se acercan a estos.

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Corría el año 1540 y por las calles de Granada deambulaba un hombre semidesnudo que, entre abundantes lágrimas y grandes muestras de exaltación, iba gritando a viva voz que sentía un gran vacío interior y un profundo arrepentimiento de sus muchos pecados. También en sus mensajes emitidos a gritos desde las esquinas criticaba a ricos y poderosos de la época, porque no hacían nada por los más desfavorecidos. Era tan mayúsculo el escándalo que organizaba aquel extraño viandante que algunas personas, compadeciéndose de él, y otras, incómodas por sus palabras, lo consideraron enfermo mental y lo condujeron al Hospital Real, entonces usado como manicomio.

Allí fue encerrado tras los barrotes de una mísera celda de escasos metros cuadrados y tratado como entonces se trataba en general a los enfermos, y en particular a los considerados locos, es decir, comida escasa, servicios nulos y azotes cuando, en función de su conducta, se considerase necesario. De hecho, la celda donde estuvo internado puede verse hoy recreada en la pintura de Manuel López Vázquez expuesta en la Casa de los Pisa, donde se encuentra el Archivo-Museo de San Juan de Dios.

Aquel hombre se llamaba Juan Ciudad. Había nacido 45 años antes en un pequeño pueblo de Portugal y hasta las fechas de aquella forzada reclusión había llevado una vida de aventuras y peripecias de todo tipo, habiendo trabajado en diversos oficios como pastor, soldado, albañil y librero. Pero aquel encierro produjo un efecto transformador en su conciencia, parece que conmocionado, no ya por lo que le sucedía a él mismo, sino por el trato inhumano y degradante que sufría la mayor parte de los enfermos ingresados en aquel centro. Se le atribuye la expresión «IesuCristo me traiga tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo».

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Desde que Juan Ciudad salió de aquel encierro, y hasta su muerte, no paró de trabajar activamente por llevar a cualquier tipo de enfermo los necesarios cuidados del cuerpo y del alma, una forma entonces innovadora a nivel asistencial, pero también organizativo, ya que separaba a los enfermos por dolencias, atendiéndoles de manera integral. Fundó un sinfín de centros donde albergar y consolar el dolor hasta entonces relegado a la soledad y al silencio de los enfermos. Hoy puede parecer inconcebible que, por primera vez en la historia y por decisión de Juan Ciudad, a partir de entonces se destinara una cama por enfermo.

Su visión humanizada de los cuidados, sin olvidar que tras la enfermedad siempre había una persona, transformó para siempre la visión que hasta entonces se había tenido del sufrimiento y dolor de los enfermos. Antes de Juan Ciudad, de su paso por el Hospital Real de Granada, la enfermedad era un fenómeno considerado de imposible alivio, interpretado muchas veces como consecuencia del castigo divino por los pecados cometidos. El que caía enfermo se transformaba así en un ser relegado socialmente a la soledad, cuando no marginado a la oscuridad.

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En su celda del Hospital Real debió ser inconmensurable el sentimiento de soledad y sufrimiento, pues a raíz de entonces, y una vez hubo abandonado su reclusión, enarboló la clemencia como instrumento básico para combatir el dolor y la enfermedad mediante los cuidados y la ternura. Convirtió esta en estandarte de su quehacer posterior. El término clemencia procede, como indica su etimología latina, de 'clementia', que significa misericordia o serenidad, y está intímamente relacionado con la diosa grecorromana de la benevolencia Clementia, como documentan los escritos de Sófocles y los poemas de Piublus Papinius.

Basándose en la clemencia como instrumento básico de los cuidados, diseñó un modelo de hospitalidad y de curar, cuidar y acompañar al enfermo, que se constituyó en la base de la enfermería moderna, que, tres siglos después, se verían completados con la aportación de la también reconocida, junto a San Juan de Dios, fundadora de la enfermería moderna, la Florence Nightingale.

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Murió el 8 de marzo de 1550 en la ciudad de Granada y fue reconocido santo por la Iglesia católica el 16 de octubre de 1690, siendo elevado a los altares con el nombre de San Juan de Dios. En 1886, fue proclamado patrono de los hospitales y de los enfermos.

Sus muchos seguidores continuaron su obra extendiendo por el mundo entero los principios de cuidados al enfermo que él había predicado y profesado, significando ello la fundación y expansión de la conocida orden hospitalaria de San Juan de Dios, que desde 1572 está dedicada a actividades sin ánimo de lucro dentro del ámbito sociosanitario, con presencia actual de centros en 52 países de los cinco continentes. Su credo básico lo constituye la promoción de la salud y la lucha contra las nuevas formas de exclusión social, la despersonalización en la atención sanitaria y contra los diversos ataques a la dignidad de la persona.

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En estas fechas precisamente se presenta en el Hospital de San Juan de Dios de esta ciudad la obra literaria 'Clemencia', del escritor Fernando Almena, basada en la historia del propio Juan Ciudad.

Granada esconde historias terribles y maravillosas en su existencia pasada que a veces encuentran eco en el presente de la ciudad, iluminando incluso aspectos terribles de la naturaleza humana, como son el dolor y la enfermedad.

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