«El gato que está triste y azul...»
Javier Castejón
Jueves, 16 de enero 2025, 23:02
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Javier Castejón
Jueves, 16 de enero 2025, 23:02
«El gato que está triste y azul... sabe que en mi alma, una lágrima hay». Así sonaba hace ya más de cuarenta años la canción de Roberto Carlos que, con sus acordes, consiguió que casi toda una generación asociara el color azul al sentimiento ... de tristeza. Años después, en 2005, el psicólogo Cliff Arnall acuñaba el concepto de 'Blue Monday (lunes azul)', refiriéndose a este día identificado con el tercer lunes del mes de enero, como el «día más triste del año». Este científico basó su fórmula en una serie de factores como el clima frío y la desconexión emocional que muchos experimentan en pleno invierno, después del consumismo desenfrenado de la Navidad y en la antesala de un nuevo año lleno de promesas no cumplidas. Para muchos, este día simboliza el peso emocional que nos acompaña después de las festividades y la larga espera de la siempre deseada primavera.
¿Y por qué el color azul y no otro fue el elegido para representar el sentimiento de tristeza? La psicología del color se pregunta en qué momentos de nuestra vida estamos más expuestos al color azul, y qué denota esto. Climatológicamente, la respuesta es evidente: días nublados, invierno crudo, crepúsculo del sol... Todos ellos son momentos que comparten el azul. Y que comparten también connotaciones de reposo, intimidad, silencio y falta de energía.
Otra controvertida teoría asegura que el color azul está asociado a una vieja tradición marinera hoy día caída en desuso, según la cual cuando el capitán de un barco moría en alta mar, se pintaban las velas y el casco de color azul, y así llegaba a puerto la triste embarcación.
De cualquier forma, este día y este color se convirtieron en espejo de nuestra propia vulnerabilidad. Pero es evidente que la tristeza, lejos de ser un fenómeno pasajero adscrito a un solo día del año, es una constante que atraviesa al ser humano a lo largo de toda su existencia. Mario Benedetti afirmaba que «nacemos tristes y morimos tristes...».
La tristeza, al igual que la alegría, forma parte de la dualidad humana, pero también nos recuerda que estamos vivos, pues como bien dijo Rilke, el poeta alemán: «La tristeza es uno de los ingredientes principales de la vida que nos hace crecer y transformar nuestra percepción». Y aunque a menudo nos empeñamos en evitarla, temiéndola, intentando reemplazarla rápidamente con felicidad superficial, lo cierto es que tiene una función esencial en el equilibrio emocional del ser humano. Einstein afirmaba que «la vida es como andar en bicicleta. Para mantener el equilibrio, debes seguir adelante». Y seguir adelante, a veces, significa enfrentar la tristeza, no huir de ella. Más lejos llega el filósofo Friedrich Nietzsche señalando la necesidad de aceptar la sombra de uno mismo para poder comprender la luz. En su obra 'Así habló Zaratustra', escribió: «Si miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti». La tristeza, como el abismo, tiene el poder de reflejar nuestras propias sombras, pero también ofrece la oportunidad de integrar esas partes olvidadas o ignoradas de nuestro ser.
Es así como la tristeza puede convertirse en una de las emociones más enriquecedoras que podemos experimentar pues, bien entendida, puede ser vehículo de crecimiento personal, que nos obliga a confrontar nuestras creencias, cuestionar nuestras expectativas y reevaluar nuestras prioridades.
Pero debe aclararse que la tristeza es genuinamente distinta de la depresión. Los neurocientíficos enfatizan que hay evidencias para distinguir entre ambos estados, pues mientras la tristeza se define como emoción con función adaptativa, que nos permite afrontar las pérdidas propias de la vida (de recursos, estatus, amigos, hijos, parejas, etc.), por el contrario la depresión se caracteriza por una serie de paradigmas que incluyen la derrota social, la desesperación conductual y la indefensión aprendida. De hecho, los investigadores afirman que mientras la tristeza se caracteriza por comportamientos específicos (aislamiento social, menor búsqueda de recompensas, marcha lenta), expresión facial típica (párpados caídos, ojos bajos, comisuras labiales bajas), cambios fisiológicos (frecuencia cardíaca menor, conductancia de la piel disminuida) y procesos cognitivos subjetivos; los trastornos depresivos involucran otras características, como sentimientos de inutilidad o culpa, ideación suicida, fatiga, cambios en el sueño, apetito y peso, y deterioro cognitivo. La diferencia básica reside en que mientras la depresión no presenta contenido constructivo alguno y debe superarse a cualquier precio, la aceptación de la tristeza puede conducirnos a mayor entendimiento de nosotros mismos. Como dijo Emily Dickinson: «La tristeza es un lugar al que uno debe ir para encontrar la paz».
Aunque sea solo a nivel simbólico, este tercer lunes de enero, este próximo 'Blue Monday' puede ser un recordatorio de nuestra vulnerabilidad, pero también una oportunidad para abrazar la tristeza con aceptación. Es cierto que este día no nos ofrece una solución mágica para los males del alma, pero sí puede ser una invitación a reconocer nuestras tristezas, sin miedo y sin prejuicio.
La tristeza no es un enemigo, sino una compañera de viaje. En lugar de huir de ella, deberíamos aprender a coexistir con ella, a observarla y a entender qué tiene para enseñarnos. El lunes azul no es sino un reflejo más de nuestra lucha interna con la oscuridad. De todo ello sabe mucho el gato que está triste y azul.
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