Haz el amor, no la guerra
Javier Castejón
Médico y escritor
Martes, 11 de febrero 2025, 23:49
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Javier Castejón
Médico y escritor
Martes, 11 de febrero 2025, 23:49
La historia nos cuenta que el emperador romano Claudio II, habiendo sufrido terribles derrotas en el campo de batalla y hallándose necesitado de nutrir sus milicias con savia nueva, había prohibido los matrimonios entre jóvenes, porque consideraba que los hombres solteros eran mejores soldados. Descendiente ... de una familia de Dardania, este oscuro emperador había subido al trono de Roma (tras conspirar con otros contra su predecesor Galieno) en el año 268.
La historia ha registrado su prohibición del matrimonio entre jóvenes, pero ante esta medida se reveló valerosamente quien después fuera conocido como San Valentín. Este sacerdote romano desafió las órdenes del emperador convencido del valor sagrado del amor y del matrimonio. Por esta convicción, siguió casando en secreto a parejas jóvenes. Su valentía lo llevó al martirio un catorce de febrero del año 270, pero su legado quedó grabado como símbolo del amor que trasciende las adversidades y su figura pasó a la historia como protector de los enamorados.
En el año 496, el Papa Gelasio instauró el 14 de febrero como el día en su honor, asociando para siempre su nombre con el amor. A fecha de hoy se celebra en su nombre el Día de los Enamorados, símbolo del amor romántico.
Muchos siglos después, nuevos protagonistas fueron responsables de otras historias que, como la del valeroso santo que puso nombre al Día de los Enamorados, contraponían las dos realidades antropológicas de la guerra y el amor.
«Haz el amor, no la guerra». Esta conocida expresión es un lema pacifista y antimilitar asociado con la contracultura de la década de 1960 en Estados Unidos. De hecho, fue usado por primera vez por quienes se oponían a la guerra de Vietnam, aunque desde entonces ha sido invocado en muchas otras situaciones, siempre reivindicando el pacifismo y el antimilitarismo.
Gershon Legman, a quien se considera el inventor de la frase, la escribió a mano en su suéter un día de abril de 1965, cuando se dirigía a una manifestación contra la guerra de Vietnam en su último año en la Universidad de Oregón. Una foto de la periodista Diane Newell atestiguaría posteriormente este hecho, que incluso fue citado un mes después en el New York Times.
Los activistas radicales Penélope y Franklin Rosemont terminarían de popularizar la frase al imprimir cientos de pegatinas y pins con el lema «Haz el amor y no la guerra» en la Librería de la Solidaridad en Chicago para ser usado en otras manifestaciones contra la guerra de Vietnam.
De hecho, 1968 fue un año de profundas convulsiones sociales y resurgimiento de valores antimilitaristas, como lo encarnaron el movimiento hippie y el mayo francés. Todos ellos adoptaron como propio el lema «Haz el amor, no la guerra».
En este sentido, el más significativo, por el sangriento final que tuvo, fue el el movimiento estudiantil de México. Situado en un contexto planetario de luchas sociales de la denominada «Revolución cultural de 1968», concentró el dos de octubre de ese año a estudiantes universitarios, profesores, intelectuales, amas de casa y obreros en la ciudad de México, acabando en una feroz represión auspiciada por el gobierno en la llamada Plaza de la Tres Culturas de la ciudad.
Si nos atenemos al principio histórico que determinó que el catorce de febrero fuese conocido como Día de los Enamorados, podemos afirmar que la historia se repite, pues en su principio, como en la génesis de los ideales de 1968, se encontraron enfrentados el amor y la guerra como entidades antropológicas que conducen al ser humano por sendas contrapuestas.
¿Es licito encontrar un paralelismo entre la historia de San Valentín y la sugerencia impresa en la camiseta de Gershon Legman? ¿Acaso San Valentín no sufrió martirio por anteponer el amor entre los jóvenes a las guerras del emperador Claudio? ¿Acaso los masacrados en 1968 en la Plaza de Las Tres Culturas de México no lo fueron bajo el lema «Haz el amor, no la guerra»?
Aunque es evidente que estamos hablando de dos aspectos aparentemente distintos del concepto de amor: la vivencia entre jóvenes enamorados que se celebra cada San Valentín y el amor como arma universal contra la guerra que esgrimía la juventud del 68, no deja de llamar la atención la coincidencia sobre el hecho de que ambos fenómenos nacieron como un grito a favor de la paz y contra el militarismo. En el primer caso se trataba del grito proferido por el propio San Valentín que le valió la hoguera, pero también ser considerado posteriormente protector de los enamorados; en el segundo caso, del grito lanzado por aquellos jóvenes que se oponían a la guerra de Vietnam y al militarismo en general, valiéndole a muchos de ellos ser embestidos por una carga policial, que a unos pocos les supuso incluso la muerte.
Cualquiera que fuere la fórmula bajo el que interpretemos estos hechos de la historia, siempre podremos concluir en que, ya se hable de individuos o comunidades, parejas enamoradas o naciones encontradas, lo mejor será siempre adoptar el lema «Haz el amor, no la guerra».
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