Opiniones sobre la muerte
Javier Castejón
Martes, 16 de julio 2024, 22:58
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Javier Castejón
Martes, 16 de julio 2024, 22:58
«Morir lleva muy poco tiempo / se dice que no duele / tan sólo es un desmayo por etapas...». En estos versos, Emily Dickinson, la poeta estadounidense, se refiere a la muerte como un proceso natural dentro de la existencia humana, algo que parece evidente, habido ... cuenta de que nadie, hasta la fecha, se ha librado de la condición mortal que arrastra desde el nacimiento. Pero quizá la duda más terrible que arrastra el ser humano respecto a la realidad de la muerte es la posibilidad desconocida de cuál es el destino que le espera tras ese hecho breve, pero inevitable.
Así expresó esta duda el inmortal Bécquer: «¿Vuelve el polvo al polvo? / ¿Vuela el alma al cielo? / ¿Todo es sin espíritu, podredumbre y cieno?». En las 'Coplas a la muerte de su padre', el poeta Manrique parece no tener duda acerca del destino postmortem, cuando dice: «Este mundo es el camino / para el otro, que es morada sin pesar...». Todo lo contrario parece opinar Alfonsina Storni en su poema «Adiós»: «¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas, / las cosas celestes que no vuelven más!…».
De cualquier forma, es incuestionable que la muerte en sí misma, una vez desposeída de los elementos de angustia y sufrimiento que la rodean, es un fenómeno breve. Decimos breve creyendo que es un instante (como afirma Emily Dickinson), aunque es evidente que los momentos previos a la misma (que pueden ser minutos, horas, días, semanas,....) están sujetos a una variabilidad muy amplia.
Desde que el psiquiatra y filósofo Raymond Moody publicara en 1975 su ensayo «Vida después de la vida», es cierto que existe un acuerdo con base científica acerca de estos momentos. Dicen los investigadores que en los momentos previos al óbito se produce un estado transitorio que podría resumirse escuetamente como experiencias, generalmente lúcidas, testimoniadas por personas que han estado a punto de morir o han pasado por una muerte clínica, y han sobrevivido. Son las llamadas «experiencias cercanas a la muerte (ECM)», las cuales suelen incluir algunos de los siguientes elementos fenoménicos: experiencias fuera del cuerpo, incremento de la percepción sensorial, emociones intensas, sentido de alteración del tiempo y del espacio, viaje a través de un túnel, visión de luz brillante y paisajes paradisíacos, encuentro con seres personales (familiares o amigos fallecidos, figuras religiosas etc.), revisión de la vida, encuentro con una barrera y, finalmente, regreso voluntario o involuntario al cuerpo físico.
Es cierto que estos mismos investigadores, a la par que reconocen este fenómeno, básicamente estudiado en enfermos o accidentados que vivieron un episodio de muerte clínica y, tras reanimación o sin ella, volvieron a la vida, no se ponen de acuerdo en la interpretación final del mismo. Para el materialista que fusiona indisolublemente la conciencia con la función cerebral, la ECM no puede ser otra cosa más que un estado alucinatorio producido durante el trance agónico por cambios intensos en las áreas nerviosas involucradas en el proceso consciente. Por el contrario, para el dualista que considera la conciencia en esencia distinta de la función cerebral, la ECM constituye una evidencia empírica del momento en que la conciencia se independiza de la función cerebral para acceder al mundo ultraterreno. De esta forma, lo que está en conflicto es un tema trascendental que ha ahondado la brecha entre creyentes y escépticos del más allá y la otra vida. Esta dualidad de posibles interpretaciones se manifiesta de forma diversa, según se acuda a fuentes teológicas (sea cual fuere la religión sopesada), estudios neurocientíficos o intuiciones poéticas.
Las religiones monoteístas obvian el momento del tránsito habida cuenta de que, como el poeta Manrique, se nutren más de la esperanza en la otra vida que de las limitaciones de esta. Todas ellas hablan de un 'alma' que se presenta ante Dios, tras abandonar el cuerpo muerto. Dijo Jesús en su última palabra: «Padre en tus manos encomiendo mi espíritu». Por su parte, los musulmanes aluden al Corán, donde se afirma que «...somos de Alá y ante él compareceremos», mientras que los judíos dicen que inmediatamente después de la muerte hay un período de transición variable, según haya sido la bondad en vida del fallecido, cuya alma últimamente siempre es transportada al Jardín del Edén. Todo eso sin mencionar de largo las creencias orientales que creen en la reencarnación y las innumerables interpretaciones religiosas extendidas a lo largo y ancho de la tierra, cada una de ellas con su propia visión de la muerte.
El sabio psicoanalista Carl Gustav Jung sugiere que es bueno de vez en cuando pensar en la muerte, porque ...» el hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología...».
¿Y como debemos pensar en ella, la de la guadaña? Dado que sabios de uno y otro signo (poetas, científicos y teólogos) no parecen ponerse de acuerdo, es libre (y siempre humana) cualquier opción: la fe en lo ultraterreno y lo contrario, esto es, la negación de la eternidad. Entre ambas, está la postura agnóstica, admitir que lo que sucede más allá es algo que no sabemos, y quizá nunca sabremos.
De cualquier forma, cabe el consuelo de las palabras de Benedetti: «Después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida».
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