«La noche estrellada nos invita a pensar, / a valorar cada instante en este mundo fugaz. / La vida es efímera, pero en el brillo de cada estrella / encontramos la eternidad que nos hace soñar».

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Así nos explicaba Machado esa misteriosa tendencia que impulsa al ser ... humano a mirar las estrellas y buscar en su fulgor la respuesta a la duda existencial que de forma incesante le persigue.

En estas fechas de verano parece que este impulso de mirar al cielo se acentúa, buscando la lluvia de estrellas fugaces típica de las noches de agosto, conocidas con el nombre de perseidas. Es lógico teniendo en cuenta que en estas fechas son menos frías las noches, el cielo suele carecer de nubes que oculten las luces estelares y, además, los astrónomos nos prometen que las estrellas fugaces abundarán en la oscuridad nocturna. Las perseidas no son sino esa lluvia de meteoros que se produce porque la Tierra, en su eterno girar por el universo, se encuentra cada año en estas fechas con la cola del cometa Swift-Tuttle, que pasa próximo a nuestra órbita, dejando tras sí millones de fragmentos que se convierten en estrellas fugaces cuando alcanzan la atmósfera. Sucede además que todos los trazos de meteoros se concentran en una misma parte del cielo, el punto que los astrónomos denominan radiante, el cual se encuentra ubicado justo donde se puede ver la constelación de Perseo, de ahí su denominación de perseidas.

Es esta confluencia de circunstancias, la mayor probabilidad de visualizar estrellas fugaces, pero también, como decía Machado, el ánimo a pensar y valorar cada instante de este mundo fugaz y, sobre todo, presentir en las luces parpadeantes la «eternidad que nos hace soñar», lo que nos impulsa en estas fechas a la contemplación del cielo nocturno.

La actitud del que mira hacia las estrellas es de búsqueda. Tal vez porque en la observación del cielo nocturno es más fácil sentir la dimensión infinitesimal de lo humano

Cuenta la leyenda que los dioses, cuando les pica la curiosidad por saber cómo es la vida en la Tierra, miran hacia abajo, y en esos momentos pueden hacer planear una estrella. Es por ello que la estrella fugaz simboliza el momento exacto en que un dios dirige su mirada hacia el humano que a su vez enfoca sus ojos al cielo. Así nació la creencia de que el instante fulgurante del meteoro es el mejor momento para pedir un deseo, porque entonces nuestro anhelo puede más fácilmente ser percibido por el dios que, desde arriba, nos mira atentamente.

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De entre los muchos poetas que nos hablan de esta cuestión, es de destacar el fundador de la lírica moderna, Bécquer, quien escribió: «Cuando miro de noche en el fondo oscuro del cielo las estrellas temblar como ardientes pupilas de fuego / me parece posible a do brillan subir en un vuelo y anegarme en su luz / y con ellas, en lumbre encendido, fundirme en un beso».

Así mismo, afirmaba Van Gogh, el exponente más representativo de la pintura impresionista y autor de la maravillosa 'Noche estrellada': «Confieso que no sé por qué, pero mirar las estrellas siempre me hace soñar».

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Es evidente que los artistas, sean poetas, pintores o adscritos a cualquier otra dimensión del arte, siempre han estado animados de una lucidez que les faculta para ver, sentir y expresar lo que tiene lugar y sucede en las profundidades del alma humana. Es esta clarividencia quizá la misma que les impele a buscar con frecuencia la respuesta a la duda existencial que arrastra el ser humano en la luz de las estrellas.

Todo ello evidencia que la actitud del que mira hacia las estrellas es de búsqueda. Tal vez porque en la observación del cielo nocturno es más fácil sentir la dimensión infinitesimal de lo humano al tiempo que la inmensidad de lo cósmico. Decía el sabio astrofísico Stephen Hawking: «Recuerda siempre mirar a las estrellas y no a tus pies».

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Mirar el cielo nocturno, cuando nos alumbran millones de pequeñas luces parpadeantes, siempre ha sido emocionante para el ser humano. Hoy sabemos que el primer dibujo conocido de la luna por los arqueólogos, un mapa dibujado con tiza sobre una roca, se hizo hace cinco mil años en Irlanda. Desde ese momento de la Prehistoria hasta hoy, los seres humanos seguimos observando la luna y las estrellas para pintarlas, estudiarlas o solo contemplarlas.

No sabemos del todo por qué, pero nos gusta mirar las estrellas, y a todos se nos ilumina una pequeña luciérnaga interior cuando además coincide nuestra mirada con una estrella fugaz. Nos asombra el misterio ese que nos cuentan los astrónomos de que es posible que, cuando estemos absortos en la luz de un punto luminoso, ya haya muerto su fuente y, en su lugar, solo quede un inmenso negro agujero que se traga a sí mismo. ¿Será posible que todos los sueños humanos que nacen y crecen mirando las estrellas acaben de esa misma manera?.

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O quizá sea mas cierto que las estrellas son novias esperando su galán, como dijo el poeta Federico, cuando escribía: «Las estrellas no tienen novio. ¡Tan bonitas como son las estrellas! / Pero aguardad, muchachas, que cuando yo me muera / os raptaré una a una en mi jaca de niebla».

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