Oppenheimer y la bomba atómica
El daño causado no dejó indiferente al mundo científico, que alertó de las consecuencias catastróficas de su uso en el futuro
Javier Martín Ríos
Martes, 1 de agosto 2023, 23:27
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Javier Martín Ríos
Martes, 1 de agosto 2023, 23:27
El estreno de la película 'Oppenheimer', dirigida por Christopher Nolan, nos invita a reflexionar sobre las consecuencias que tuvo para la humanidad la creación de la primera bomba atómica. Oppenheimer fue un destacado físico estadounidense y el director científico del Proyecto Manhattan, desarrollado en el ... Laboratorio Nacional de Los Álamos, donde se creó la primera bomba atómica durante el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Aunque ha quedado en la historia como 'el padre de la bomba atómica', no podemos olvidar que en este proyecto militar estuvo acompañado por un equipo de inminentes científicos provenientes de varias ramas de la ciencia, que trabajaron conjuntamente, bajo la batuta de Oppenheimer, con el propósito de crear la bomba atómica antes de que lo hiciera la Alemania nazi de Hitler. La película, de tres horas de duración, enhebrada por constantes flash-back intercalados con imágenes en color y en blanco y negro, nos introduce en los momentos más significativos de la vida adulta del afamado físico, desde sus tiempos de estudiante en Europa, su etapa de profesor universitario, la dirección del Proyecto Manhattan, su caída en desgracia por sus antiguas simpatías y amistades izquierdistas durante la caza de brujas del senador MacCarthy, hasta la rehabilitación de su figura durante el mandato presidencial de John F. Kennedy. Una vida intensa, marcada por subidas y caídas personales, en la que se cruzan grandes personalidades de la ciencia y la política de la historia del silo XX, pero siempre recordada por el hito de la creación de la bomba atómica.
En la película, especialmente a través del mismo Oppenheimer, se nos hace ver que la creación de la bomba atómica significó un antes y un después en la historia de la humanidad. El propio Oppenheimer nos lo recordó con estas palabras aprendidas en el Bhagavad-gītā, el texto sagrado hindú: «Ahora me he convertido en la muerte, en el destructor de mundos». Con la prueba Trinity, ensayo previo a Hiroshima y Nagasaki, realizado el 16 de julio de 1945 en el desierto de Nuevo México, el científico, como un moderno Víctor Frankenstein horrorizado ante la criatura que había creado, ya fue capaz de intuir esa fuerza destructora de mundos y que, desde ese momento, las guerras ya no serían las mismas. Los lanzamientos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki varias semanas después (6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente), confirmaron el poder de destrucción masiva nunca visto hasta entonces: 240.000 muertes, entre víctimas en el acto y como consecuencia de la radiación en días posteriores. Las nubes de hongo que ocasionaron ambos artefactos quedaron para siempre en la memoria más trágica de la civilización humana.
Las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial en el frente del Pacífico con la rendición de Japón. La polémica sobre si fue necesario su lanzamiento ha sido y sigue siendo centro de debate, ya que Alemania estaba derrotada y Japón en proceso de serlo. Pero la administración Truman no pensaba así, ya que Japón no daba muestras de una rendición definitiva y el coste de vidas de una invasión al archipiélago nipón hubiera sido enorme, tanto para el ejército estadounidense como para el pueblo y ejército japoneses; la bomba, en definitiva, desde la perspectiva del gobierno de Truman, era un arma de disuasión contra Japón y, de alguna manera, para la otra gran potencia de la época, la Unión Soviética. Aquellas dos bombas pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y, al mismo tiempo, pararon los genocidios de Japón contra los países asiáticos que había invadido durante las décadas 30 y 40 del siglo XX: millones de personas sucumbieron al delirio expansionista del imperialismo militarista nipón. La controversia sobre la utilización de aquella bomba destructora de mundos seguirá persiguiéndonos de por vida.
El daño causado por las bombas atómicas no dejó indiferente al mundo científico, que alertó de las consecuencias catastróficas de su uso en el futuro. El propio Oppenheimer fue uno de los primeros en sentir el horror del monstruo que había ayudado a crear. Tras el final de la guerra, se convirtió en un defensor de fundar un organismo internacional que controlara el uso de la tecnología nuclear, porque estaba convencido de que tras EE UU. otros países llegarían a desarrollar la misma arma letal. Efectivamente, no hubo que esperar mucho. El 22 de agosto de 1949, unos cuatro años después de la prueba Trinity y los lanzamientos en Hiroshima y Nagasaki, los soviéticos lanzaron su primera bomba atómica. Recordemos que, en la actualidad, además de EE.UU. y Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel poseen armas nucleares. En 1957, a propuesta del presidente estadounidense Eisenhower, se creó el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) bajo el amparo de la Asamblea General de las Naciones Unidas. La insistencia de Oppenheimer y sus colegas científicos tuvo mucho que ver en ese paso tan decisivo de concienciación para el control de la energía atómica.
Hay películas que motivan a reflexionar sobre la condición humana y Oppenheimer es una de ellas. En estos tiempos de guerra en Ucrania, con Putin amenazando con apretar el botón nuclear, o una Corea del Norte que condiciona sus relaciones con sus vecinos a través de su poder armamentístico, el horror que sintió Oppenheimer al ver la nube de hongo sigue, por desgracia, muy presente en nuestras vidas.
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