Granada es un caso atípico. El río Darro recorre gran parte de la ciudad por un embovedado bajo tierra. El río Genil es una enorme faja gris de hormigón a su paso por la capital
Javier Martín Ríos
Jueves, 24 de agosto 2023, 23:11
Durante la primera semana de agosto estuve viajando por tierras castellanas y visité, entre otros lugares, las ciudades de Zamora, Palencia y Valladolid. Son muchos ... los tesoros culturales que conservan entre sus calles estas villas con siglos de historia, pero, para un viajero amante de los paisajes, el paso de los ríos que bañan estas ciudades siempre quedará como una vívida estampa para guardar en la memoria: el Duero por Zamora, el Carrión por Palencia y el Pisuerga por Valladolid. También podría hablar de la experiencia al contemplar otros ríos por tierras castellanas visitadas en los últimos años, como el Tormes en Salamanca, el Júcar en Cuenca, el Tajo en Toledo, el Eresma en Segovia, el Adaja en Ávila o el Arlanzón en Burgos. Algunos de estos ríos cruzan de lleno el casco urbano, otros lo circundan serpenteando entre altas paredes naturales o antiguas murallas; unos fluyen con caudal abundante, otros con otro más humilde; unos son más anchos y otros más estrechos entre orilla y orilla, que a menudo se conectan entre sí con vetustos puentes de piedra; pero todos conforman una alargada franja verde poblada de arboleda, arbustos y hierbas, con sus largos senderos que discurren a la par de sus riberas para caminar tranquilamente y poder disfrutar de la paz y la armonía que siempre brinda la naturaleza, sobre todo en entornos urbanos, tan faltos de espacios verdes, porque las ciudades también necesitan respirar aire puro para subsistir. La verdad es que da cierta envidia sana estos ríos cruzando o circundando estos lugares y, cuando paseas por sus orillas, es difícil no pensar en nuestra tierra y reflexionar sobre el destino de los ríos de Granada.
En cuestión de ríos, Granada es un caso atípico. El río Darro recorre gran parte de la ciudad por un embovedado bajo tierra. El río Genil es una enorme faja gris de hormigón a su paso por la capital. Las dos actuaciones urbanísticas, en diferentes siglos, se hicieron principalmente por temor a las inundaciones. El embovedado del río Darro data del siglo XIX y siempre lo hemos visto así; en Granada la Bella (1896), Ángel Ganivet escribió sarcásticamente lo siguiente: «No he visto ríos cubiertos como nuestro aurífero Darro y afirmo que el que concibió la idea de embovedarlo la concibió de noche, en una noche funesta para la ciudad. El miedo fue siempre mal consejero y ese embovedado fue hijo del miedo a un peligro, que no nos hemos quitado aún de encima». Los granadinos con más edad sí podemos recordar el río Genil a su paso por Granada antes de convertirse en una enorme serpiente de hormigón, con las fauces de acero de sus compuertas, ya que la obra se realizó en los años 90 del siglo pasado, aunque la antigua estampa del río se va diluyendo poco a poco de nuestra memoria. Hoy día, hay que alejarse paseando hacia las afueras de la ciudad para rememorar cómo era el curso natural del Genil con su rica vegetación y el piar de los pájaros confundiéndose con el susurro del fluir de sus aguas.
Desde hace años hay un gran debate en la ciudad sobre la renaturalización del río Genil. Partidos políticos y colectivos ciudadanos han puesto sobre la mesa la necesidad de recuperar el curso natural del río. Parece que casi todo el mundo está de acuerdo en que hay que hacerlo, quizás no en las formas, pero, de momento, mucho ruido y pocas nueces. Los tiempos cambian y si en los años 90 del siglo pasado no existía una conciencia ecológica tan arraigada en la sociedad, actualmente sí la tenemos y eso debería ser una fuerza primordial para llevar a cabo un proyecto de crear una ciudad con un futuro sostenible con el medio ambiente tal como nos exige el siglo XXI. La calidad de vida y el respeto de la naturaleza van de la mano. No darse cuenta de esto es remar contra marea. Estoy seguro de que hay medios suficientes para buscar alternativas a ese temor a las inundaciones que en el pasado llevaron a las autoridades civiles a actuar faraónicamente sobre los ríos de la ciudad. Tampoco olvidemos que Granada es una de las ciudades con peor calidad de aire de España; cualquier acción para mejorar el aire que respiramos debería ser bienvenida; no sería la panacea, porque el problema es más profundo, pero un corredor verde a lo largo del río ayudaría a oxigenar un poquito más a la ciudad.
Escribía también Ángel Ganivet en Granada la Bella, quejándose del trato que se le había dado al Darro por embovedarlo bajo tierra, que «en todas partes se mira como un don precioso, la fortuna de tener un río a mano». Nosotros tenemos dos, uno afluente del otro, como un hermano grande y otro chico. No son comparables en caudal al Guadalquivir, al Duero, al Tajo o al Ebro, son más humildes en agua, pero son nuestros ríos y deberíamos cuidarlos de otra manera, dejar discurrir al Genil como lo hizo desde siempre, porque no hay libro más sabio que la madre naturaleza. Quizás ya va siendo hora de interactuar con los ríos de Granada de otra forma, lejos de la mirada antropocéntrica con la que los hemos tratado en los dos últimos siglos. La naturaleza también reclama su sitio en el corazón de las ciudades.
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