
La locura de la militarización del planeta
Armarse por miedo es el prólogo de la guerra. Militarizarse no disuade al enemigo, lo provoca
Jerónimo Páez
Sábado, 29 de marzo 2025
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Jerónimo Páez
Sábado, 29 de marzo 2025
En el año 1962, debido a la crisis de los misiles de Cuba, estuvo a punto de estallar una guerra nuclear entre EE UU y ... Rusia. Hubiéramos vuelto a la Edad de Piedra. Se evitó gracias a que el presidente norteamericano Kennedy se opuso, lo que no era fácil, a la decisión del Estado Mayor de su ejército de invadir Cuba. Y también porque Kruschev decidió retirar los misiles instalados en la isla.
Kennedy preguntó en una reunión que tuvo con sus ayudantes «¿cuál era la ventaja de instalar misiles en Cuba…?» y añadió que era como si nosotros los norteamericanos se nos hubiera ocurrido colocar misiles en Turquía, lo que hubiera sido muy peligroso. Los que estaban presentes guardaron silencio, y uno de ellos, George Bundy, respondió que «era eso lo que precisamente habíamos hecho». No sabemos que respondió Kennedy, pero sí sabemos que ante la presión que recibía llegó a decir «prefiero que mis hijos sean rojos a que estén muertos».
En aquel año los halcones norteamericanos estuvieron a punto de acabar con la civilización. En la actualidad, debido al despotismo de Putin y sus asesores y las provocaciones de Biden y de la OTAN para integrar Ucrania en su organización, ambas potencias han llevado al mundo a una situación parecida a la de Cuba. No podemos olvidar al megalómano de Zelenski. Con frecuencia, en un conflicto bélico hay justicieros dispuestos a destruir su propio país y a sus compatriotas, si con ello consiguen alcanzar sus obsesiones. Zelenski sabía que en ningún caso puede ganar esta guerra, salvo que consiguiera convertirla en una catástrofe mundial. A pesar de ello no ha dudado en agravarla, enviando misiles de gran alcance recibidos de Norteamérica, contra las tropas rusas que han invadido Ucrania: una verdadera locura. Su ambición es superior al amor por su pueblo. Ha sido la marioneta que han utilizado los EE UU para cercar militarmente a Rusia; si bien una marioneta peligrosa. Rechazó varias ofertas de mediación al principio del conflicto, pidió entrar en la OTAN cuando sabía que eso era una línea roja para Rusia. Ha presionado, con frecuencia para evitar que se celebre una conferencia de paz. Por tanto, ha contribuido a endurecer y agravar el conflicto más que a paralizarlo. Biden y la OTAN la provocaron, Putin la ejecutó, Zelenski y la UE atizaron la hoguera. Todos ellos en mayor o menor medida son responsables de las muertes de unas 300.000 o 400.000 personas que se podía haber evitado.
En el fondo, la guerra de Ucrania es un enfrentamiento entre dos grandes potencias nucleares, Norteamérica y Rusia. La primera es el país más poderoso del planeta, pero puede que Rusia cuente con un mayor número de armas de destrucción masiva. Ambos países tienen bombas de hidrógeno que pocos han desarrollado, siendo el arma más letal que existe, con una potencia 500 veces superior a las bombas que usaron los norteamericanos en Japón. EEUU fue el primer país del mundo que la consiguió en 1952. También ha sido el único país que cometió el gran asesinato que supuso lanzarlas sobre seres humanos. Por razones que desconocemos, ningún presidente de los EE.UU ha sido juzgado y condenado por crímenes de la humanidad. Y hay varios que lo merecían entre otros, Bush hijo.
Es la primera vez en la historia que dos potencias con armas de destrucción masiva se enfrentan. Siempre se pensaba que las consecuencias de un conflicto militar de este tipo eran tan graves que disuadirían a cualquier nación, dado que lo más probable es que la que fuera perdiendo terreno pulsaría el botón nuclear, como ha insinuado Putin varias veces.
No existen guerras justas ni acuerdos de paz justos. La guerra es sobre todo destrucción de seres humanos y ambición de poder. La paz, justa o injusta, supone terminar con la destrucción y la muerte. Debemos alegrarnos si finalmente logramos acabar el conflicto, aunque lo consiga un megalómano como Trump y aunque se humille a un personaje como Zelenski. Curiosamente nadie exige ni le preocupa que haya una paz justa en Palestina. Si bien Trump puede que sea un ángel benéfico en relación con la guerra entre Ucrania y Rusia, puede que sea un ángel exterminador en el conflicto entre Israel y Palestina, al permitir y ser cómplice de la masacre de Gaza, Cisjordania, y algunos otros países de Oriente Medio.
Quien trae la paz es un benefactor y quien quiere la guerra es un ser indeseable, provenga de países tiránicos o democráticos. La guerra es una verdadera carnicería. Impera la ley del más fuerte y se cometen todo tipo de actos crueles e inhumanos. No se militariza el planeta para que la gente viva en paz y en armonía sino todo lo contrario, para matar más y con más crueldad. Por otro parte, ¿de qué nos sirve aumentar los presupuestos de defensa y qué tipo de armas vamos a desarrollar para defendernos, bombas atómicas, de hidrógeno?; Si las construimos, ¿vamos a utilizarlas? ¿vamos a ir a una guerra biológica o algo similar? ¿Los soldados serán humanos o robots o sofisticadas maquinas de matar? El rearme no trae la paz, sino la ilusión de seguridad. Cuando se habla de «rearmarse para defender la paz», se comete el viejo error que tantas veces ha conducido al desastre. Armarse por miedo es el prólogo de la guerra. Militarizarse no disuade al enemigo, lo provoca; no une a los pueblos, los enfrenta; no protege la vida, nos prepara para morir.
Resulta extraño que Europa, el continente que más ha sufrido en el siglo XX, vuelva a tratar de avanzar por el camino que la llevó a su destrucción. Si los líderes de Unión Europea, al parecer, están dispuestos a recuperar lo que fue la Europa imperial del siglo XIX y convertirse en una gran potencia, sería bueno que se preguntaran si no deberían tener más miedo de los déspotas norteamericanos como Biden o Trump o de los déspotas rusos como Putin. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ninguna nación ha causado tanto daño ni tantas muertes como Estados Unidos. Su gasto militar actual asciende a 916.000 millones de dólares (3,4% de su PIB), lo que representa cerca del 40% del gasto militar global. China invierte 296.000 millones (1,7% del PIB) y Rusia 109.000 millones (5,9% del PIB). A pesar de que Rusia gasta mucho menos que EE. UU. o China en términos absolutos, es el país que más porcentaje de su PIB destina a defensa, un reflejo de la brutal militarización impuesta desde el inicio de la guerra en Ucrania en 2022. Desde 1945, Estados Unidos ha intervenido militarmente en más de 80 países. La lista es extensa y sangrienta: Guerra de Corea (1950-1953): entre 2 y 3 millones de muertos; Guerra de Vietnam (1955-1975): aproximadamente 3 millones de muertos; Guerra del Golfo (1991): decenas de miles de víctimas; Invasión de Afganistán (2001-2021): más de 240.000 muertos. Guerra de Irak (2003-2011): entre 200.000 y 500.000 muertos, según distintas estimaciones. A esto se suman otras intervenciones directas o indirectas en Libia, Siria, Yemen, entre otros escenarios.
Otros países que también han causado gran número de muertes en conflictos, pero en menor medida que EEUU son Rusia, China, Reino Unido, Francia, Arabia Saudí e Israel. Trágica ha sido la evolución bélica del continente africano que ha generado numerosas guerras, como la de Nigeria (1967-1970), el Genocidio de Ruanda (1994) o las Guerras del Congo (1996-1997 y 1998-2003) que causaron (sólo estas últimas) entre 3,8 y 5,4 millones de muertes, convirtiéndola posiblemente en el conflicto más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial. La gran mayoría de las armas que se usaron en estos conflictos en África, fueron proporcionadas por Rusia y China.
John Maynard Keynes, en su obra 'Las consecuencias de la paz', escrita tras la firma del Tratado de Versalles en 1919, expresó con amargura que «nunca en la historia ha brillado de forma más débil la dimensión universal en el alma del hombre». Keynes denunciaba entonces la ceguera de los vencedores, que sembraba el germen de una nueva guerra. Si hoy pudiera observar el panorama actual —con el rearme generalizado, la indiferencia ante el sufrimiento civil, la hipocresía diplomática y la subordinación de Europa a intereses ajenos— tal vez afirmaría que esa débil luz de la conciencia humana no solo se ha debilitado, sino que está a punto de extinguirse por completo. Es de temer que las decisiones que se están tomando actualmente, no construyen un futuro, sino que lo dinamitan. Pensar que está floreciendo una nueva guerra fría entre Norteamérica y China, y que a este choque frontal se incorporarán los aliados de ambas potencias y en su día, la India, da escalofríos.
No hay muchas razones para ser optimistas sobre el futuro de la humanidad. Nadie sabe a dónde nos lleva este caos. Nunca ha habido más megalómanos y déspotas, ya sean orientales u occidentales, gobernando el mundo, incapaces de evitar o paralizar las guerras que crean ellos mismos y que pueden llegar a ser el Apocalipsis de la civilización.
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