No me extraña que, en Láchar, no quede ni un sólo vecino sin escuchar los ya famosos audios que rulan de móvil en móvil como si fueran memes virales y, además, contagiosos. Pasa como con las conversaciones de Villarejo, en las que el cómo se ... dicen las cosas adquiere una vital importancia. No es lo mismo una captura de pantalla de una conversación, una transcripción o el contenido de un mail que un audio, sea enviado como tal o conseguido a través de grabaciones más o menos (i)legales. Son el tono —el 'tonillo'— y las risas. El ambiente. Las conversaciones cruzadas. Los chascarillos. Una amenaza, un insulto o un menosprecio son mucho más perceptibles a través de un audio que de cualquier papel, para qué vamos a engañarnos. Y es que el audio se ha convertido en la última gran revolución en esto de comunicarnos. Es el género epistolar de la tercera década del siglo XXI, con cientos de personas sujetando el móvil como el que se come una tostada mientras camina por las calles. Les confieso que, hasta hace relativamente poco tiempo, detestaba los audios. No entendía el cómo ni el porqué. O me llamas o me escribes, ¿pero ese híbrido? ¡Quita, quita! Después me caí del caballo, vi la luz y, con la fuerza de los neoconversos, ahora soy un adicto, un yonqui de los audios, hasta el punto de que las llamadas de teléfono sin avisar se me hacen extrañas y me parecen el colmo de lo invasivo. A las de mero trámite, me refiero, no a las perentorias, de urgencia o necesidad. De los audios me encanta su comodidad. Como ya les he contado mil y una veces, procuro andar todos los días más de 10 kilómetros, así que me dejo los audios para esos momentos en los que pateo por mi Zaidín, antes o después de la media tostada de jamón y el café con leche; mientras voy para Granada o vuelvo al barrio. ¡Qué desahogo, con la de horas que he pasado tecleando mails, SMS y guasap en los sucesivos móviles que han pasado por mis manos! Si hubiera habido Mundiales de rapidez escribiendo con la vetusta BlackBerry, del podio no me habría bajado. Además, un buen audio es infinitamente más cálido, cercano, íntimo y afectuoso que un guasap. ¡Dónde va a parar! Siempre que la persona que los manda le ponga un poco de cariño al tema, claro. Que también los hay de mero trámite, fríos como una liquidación trimestral de IVA. ¿Habrá clases de audios en los coles próximamente, igual que las hay de redacción? Porque un buen audio, hoy, vale su peso en oro.

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