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No había domado los zapatos nuevos, pero por fortuna no me hacían daño mientras salía del Zaidín. No quiero pensar en el padecimiento de tantas mujeres con sus pies embutidos en taconazos de vértigo ni me extraña que, en el palco del Palacio de Congresos ... desde donde asistí a los Goya, mis circunstanciales compañeras de fatigas se descalzaran con toda la naturalidad y el desparpajo. Y es que cuatro horejas juntos hacen que cojas confianza.
Larga. Era el trending topic mientras nos lanzábamos como lebreles al catering que daba Los Abades, camino ya de las dos de la mañana. Muy larga. Demasiado larga. Qué larga. A la gala, nos referíamos, y no a la cola de algunos vestidos. Salíamos de la sala García Lorca buscando a los camareros que llevaban la cerveza con ansia manifiesta. Ya habría tiempo de hablar de los premios, los discursos, las presencias y las ausencias. Lo primero era el avituallamiento, como en el Tour de Francia.
Pero retrotraigámonos al principio de la noche, a los primeros corrillos. Me encantó que en la mayoría de ellos se hablaba de cine. Se cruzaban apuestas y se comentaban preferencias. Si me hubiera tenido que jugar 50 euros, lo habría hecho por 'la del autobús' y 'La infiltrada'. De 'Segundo premio', aunque jugaba en casa, se hablaba menos. Y de Almodóvar, nada. Curioso. Y sintomático. Hasta premonitorio. Aunque el palmarés final, como el Gordo de la lotería de Navidad, quedó muy repartido.
Mi palco era muy deportivo y flamenco, en el sentido artístico del término. Se respiraban metales, arte y 'jondura' por los cuatro costados. No nombro a mis compis de fatigas porque lo que pasa en el palco de los Goya se queda en el palco de los Goya. Y lo que se habla, también. Les diré que los dos premios «que el Yerai se lleva para su casa» cayeron la mar de bien, como está mandado. Y que al C. Tangana se le quiere y se le respeta.
Cuando todo empezó y una vez aplaudida la versión goyesca del 'Bienvenidos' de Miguel Ríos, el ciclón Salva Reina dejó el listón muy alto con su celebración del primer premio de la noche. Tan, tan alto, que tocó techo. Desde ahí, todo fue bajar. Menos mal que hubo picos con el discursazo de Aitana Sánchez Gijón, la loa a las supermadres de Eduard Sola, el guionista de la estupenda 'Casa en flames'; y el discurso rimado de Javier Macipe en forma de milonga argentina para agradecer su premio a 'La estrella azul'.
Mejor no hablar de las arengas y las soflamas socio-políticas desde el escenario y de los agradecimientos hasta a los compañeros de petanca, así que volvamos al 'momento catering' de cerca de las dos de la mañana, recién terminada la gala. «La clave es que en los primeros diez minutos todo el mundo encuentre comida y bebida», me decía alguien que sabe del tema. Y a fe que así fue. Olvidé la dimensión social del evento por un rato y me dediqué a ir de mesa en mesa probándolo todo, sin hablar con nadie.
Me entregué con fruición a los quesos artesanales de Las RRR y mis bocados favoritos fueron el taquito de presa escabechada con mayonesa de mostaza y miel y unos mini cruasanes de queso alpujarreño y pavo braseado con huevo hilado que me dejaron templado el cuerpo. Y el espíritu. Tanto como para irme a escuchar el abrasador rock de los Lagartija Nick tocando por Val del Omar vestido de smoking, detalle surrealista que habría encantado al mismísimo Buñuel. O para dejarme sorprender por El Parrón palmeando y jaleando a un DJ de luengas barbas en una sala más íntima y recogida.
Me asomé a la terraza, repleta de gente fumando y salí por piernas, que DJ Areces estaba agitando a las masas con clásicos populares de todos los tiempos en otro escenario. Los había que bailaban 'agarraos', incluso. Lo malo es que aquel sitio conectaba directamente con la salida, y a eso de las cuatro de la mañana, los pies me llevaron solos de vuelta al Zaidín tras una velada de cine, en el sentido literal de la expresión.
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