Ayer volvía de desayunar y me di una vueltita por las casas bajas del Zaidín. Estaba tan tranquila la zona que, más que nunca, parecía un apacible pueblecito. Un hombre paseaba al perro, una señora hablaba con su vecina desde el balcón y una niña ... volvía con el pan debajo del brazo. En una casa estaban escuchando música tranquila y en otra preparaban tortilla de patatas. Qué paz. Qué tranquilidad y sosiego. ¡Qué relax!
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Creo que disfruté tanto de ese deambular tan apacible porque estoy leyendo otra distopía 'suave' y, precisamente por eso, altamente posible. Se titula 'La parábola del sembrador, de Octavia E. Butler, la publica Capitán Swing; y paso un miedo atroz mientras estoy sumergido en sus páginas. Después salgo a la calle, escucho a los vecinos charlar y a los pajaritos cantar, y me relajo.
Lo mismo me ocurre cuando paso mucho rato (más de cinco minutos ya es demasiado) en las redes sociales. Sobre todo en X. Lo que ahí se ve y se oye es tan amenazador que, después, la realidad me parece un cuento infantil. Si pasas una hora seguida sometido a 'los hechos alternativos' que llegan a través de la pantalla del móvil terminas convencido de que antes de caer la noche te pasarán tantas desgracias que… algo habrá que hacer. Aunque ese algo sea votar a una ardilla.
Da lo mismo que la realidad de la calle desmienta la basura que llega a través de la pantallita y el discurso del odio repetido hasta la saciedad por los papagayos del Apocalipsis. El daño ya está hecho. No recuerdo a quién se lo leía el fin de semana: hasta los perceptores del ingreso mínimo vital han votado a Vox en las pasadas elecciones europeas.
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Frente a ese discurso del miedo propagado por la ultraderecha, las izquierdas son incapaces de hilvanar un mínimo argumentario que convenza siquiera a los suyos y les anime a algo tan 'sacrificado' como es ir a votar. Enzarzadas en una sempiterna pelea de egos disfrazada con palabrería hueca sobre la pureza ideológica, las izquierdas se han atomizado en una ininteligible sopa de siglas y peleítas personalista-identitarias que no ilusionan a (prácticamente) nadie. Sus discusiones no son programáticas. Lo son por el cupo, el puesto y la parcelita de poder interno. Y así no suman, claro.
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