Llevo varios días esquivando esta columna. Y más que larga, se me está haciendo eterna. A la celebración de la Eurocopa, me refiero. ¡Qué aburrimiento! ¡Qué 'jartera', por los clavos de Cristo! La cosa empezó ya sobre el césped, con el Rey, la Infanta Sofía ... y los antimonárquicos. Yo creo que todavía no había pitado el árbitro cuando ya estaban con la matraca. Y a partir de ahí… el infierno.

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Ustedes saben que a mí, el fútbol, como que no. Me pirro por el baloncesto y en los Juegos Olímpicos me convierto en furibundo forofo hasta de deportes que ni sabía que existían. Pero el fútbol es al deporte como los superhéroes de Marvel al cine: de un abusivo cansinismo. Y aun así, vi la semifinal y la final de la Eurocopa, grité los goles, me alegré por los triunfos… y a otra cosa, mariposa.

Me sorprende la incapacidad de alguna gente de disfrutar siquiera de un momento de felicidad compartida sin verse obligada a meter su cuña ideológico-partidista. Pienso que, en realidad, es un ejercicio de egocentrismo absoluto.

Sí. La Selección ha ganado la Eurocopa y todos vosotros andáis tan contentos, gritando, brindando y abrazándoos. Pero aquí estoy yo, la conciencia crítica e ilustrada que se eleva por encima de vuestra celebración acrítica para iluminaros con mi sabiduría, capacidad de análisis, templanza e inteligencia. ¡Dejaos de pendejadas y atendedme, oh simples mortales! ¿No os dais cuenta de que, mientras flipáis en colores con Yamal, Williams, Olmo y Morata; en el mundo pasan cosas mucho más importantes a las que no les prestáis atención? Y yo os las voy a contar.

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Pero lo peor estaba por llegar. Cada día, casi cada hora desde el domingo, una nueva andanada de posicionamientos ideológicos sobre todos y cada uno de los gestos de todos los jugadores. No vamos a detallarlos, obviamente. Pero, por momentos, casi hubiera preferido que nos eliminaran en cuartos de final, como solía ser habitual. La de coñazos que nos habríamos ahorrado.

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