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Este verano, como nos tocaba salir de viaje desde Barcelona, aprovechamos para quedarnos allí una noche extra y, de paso, disfrutar de la oferta cultural de una ciudad que me fascina y me enamora.
En el Caixa Fórum hay una exposición maravillosa dedicada a Luis ... García Berlanga de la que me gustaría hablarles y otra sobre el paisaje. Me gustó y me provocó tantísimo que me compré el catálogo para seguir rumiándola despacio en casa. Visitamos el Moco Museum y su combativa propuesta de arte contemporáneo, urbano e irreverente y descubrimos la vida y la obra de Suzzane Valadon, una artista completamente desconocida para mí, gracias a la exposición que le dedica el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Paseamos por el Barrio Gótico, nos entregamos al modernismo de Gaudí, bebimos sangría… En resumen, que lo pasamos teta.
Pero como siempre hay un pero, confieso que me volví con una sensación agridulce. La culpa: el precio y el trato en los hoteles. Lo mismo, al leer el título de esta columna, se pensaban que les iba a glosar las maravillas de algún lujoso establecimiento. No. Lo de 'hotelazo' viene del sablazo que nos pegaron y de lo mal que nos trataron en los dos hoteles en que pernoctamos.
Dicen que hay una burbuja turística que está a punto de reventar. Que los precios que te cobran por dormir son inasumibles. Lo de Barcelona no tiene ningún sentido. No es sólo el pastizal que te deja tiritando. Es que, además, te tratan como el culo, como si molestaras y estuvieras de más. Qué sensación tan extraña, sentirte un estorbo en vez de un cliente. En otras ocasiones les he contado lo mucho que me gusta la vida de hotel. Después de esta última experiencia, apostaría sin duda por un apartamento turístico, contribuyendo a la gentrificación y toda la vaina sin ningún tipo de regomello.
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