Hagamos un pequeño ejercicio, a pesar de ser domingo. Lea el siguiente entrecomillado y a ver cuál es el primer ejemplo que se le viene a la cabeza. «Haga, pues, el príncipe lo necesario para vencer y mantener el Estado, y los medios que utilice ... serán considerados honrados y serán alabados por todos».

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Fuertecillo, ¿verdad? Y, sin embargo, nos suena tan, tan actual, por mucho que Maquiavelo lo escribiera hace un puñado de siglos… ¡Venga! Confiese. ¿En quién ha pensado usted?

Sigamos jugando. Estoy por apostarme ese café que tiene usted delante, o la caña o el vermú si es de leer el periódico a mediodía, a que sería capaz de adivinar el siguiente nombre que se le va a hacer presente cuando lea el párrafo que viene a continuación, que parece escrito para la España del aquí y el ahora. «Cualquiera puede comprender lo loable que resulta en un príncipe mantener la palabra dada y vivir con integridad y no con astucia; no obstante, la experiencia de nuestros tiempos demuestra que los príncipes que han hecho grandes cosas son los que han dado poca importancia a su palabra y han sabido embaucar la mente de los hombres con su astucia, y al final han superado a los que han actuado con lealtad».

¿A qué usted también ha visto a Pedro Sánchez ahí reflejado? O lo mismo a Trump. O a ambos, que no son excluyentes. Y es que, como decíamos, el famoso y polémico capítulo de 'El príncipe' titulado 'De qué forma debe mantener su palabra un príncipe' tiene una actualidad abracadabrante. Estos días estoy leyendo un libro magnífico y revelador del que les hablaré mucho y bien más adelante. Se titula 'La invención de todas las cosas. Una historia de la ficción', es de Jorge Volpi, lo publica Alfaguara y me está pareciendo deslumbrante en su enciclopedismo. Ahí es donde me he encontrado con esos párrafos de Maquiavelo tan radicalmente contemporáneos. A la hora de hacer lo posible y hasta lo imposible por mantener el poder está todo inventado. Cambian las tecnologías, cambian los medios, cambian las vestimentas y los peinados y cambian las formas; pero la esencia permanece. Podemos correr el riesgo de pensar que somos mejores que los estrategas políticos de hace cinco siglos. O más honrados, evolucionados y demócratas. Pero no. La tozuda realidad de la política contemporánea lo desmiente.

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