Hace unos días me tocó ir a Trauma y me quedé muy parado cuando, al entrar, lo primero que te encuentras es un puesto de ... Seguridad con dos o tres personas debidamente uniformadas a modo de bienvenida. Me quedé parado por lo supuestamente absurdo y contradictorio de la imagen. Por lo surrealista, a nada que lo pensemos.
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Que llegues a un centro hospitalario y que en vez de una bata blanca te reciba un uniforme gris es muy triste. Pero necesario. En los días siguientes a haber pasado por el hospital no dejé de leer un goteo de informaciones en IDEAL sobre agresiones al personal sanitario. Que si tardan en atenderte, que si te hacen más daño en la cura de lo que tú crees que debería doler, que si amenazas de muerte si no le salvan la vida a X…
Lo más reciente: «Destrozan una habitación del hospital General tras la muerte de un familiar». Hasta a la Policía Nacional hubo que llamar para desalojar a los muy numerosos, dolientes y asalvajados familiares del fallecido. Arrancaron el piecero de la cama y rompieron los platos de la comida en un alarde de pasión postmortem de lo más emocional y destructivo.
De todas las ignominias, pegarle al personal sanitario y/o agredir al docente en el ejercicio de su trabajo me parece lo peor, el ejemplo más patético de miseria moral que imaginarse pueda.
En un futuro distópico, los accesos a los hospitales estarían protegidos con alambre de espino y custodiados por soldados con casco integral y uniforme completo que blandirían armas automáticas, además de tanquetas blindadas a las puertas y arcos detectores de pistolas y cuchillos.
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No me voy a poner tremendista diciendo que es algo probable. Ni posible. Pero insisto en la estupefacción que me provoca leer noticias sobre agresiones a gente que, en su trabajo, trata de salvar vidas y de curar nuestras enfermedades, heridas y dolencias. O, como en el caso de la educación, gente que forma a nuestros chaveas. Cuánta impotencia, cuánta frustración.
Cuidar de la salud y la educación públicas es, también, cuidar y proteger a las personas que ejercen sus trabajos en condiciones cada vez más duras. O debería serlo. Es posible que a usted le suene haberme leído una columna como ésta. En marzo de 2024 escribí una titulada 'De tarugos y mentecatos', efectivamente. Y es que la vida sigue igual…
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