Ya no sigo el ciclismo, pero ayer me eché a las calles ardientes para ver el paso de la Vuelta Ciclista a España por el Zaidín. Me hacía ilusión reencontrarme con aquel chavea que, hace décadas, flipó viendo a Álvaro Pino antes de la salida ... de otra etapa de la ronda, creo que en el Humilladero, y no se atrevió ni a pedirle un autógrafo. ¡Más corto que las mangas de un chaleco!

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Me ubiqué a la salida de una rotonda, allá por el PTS, para ver a los ciclistas maniobrar sobre sus bicicletas. En realidad, lo que buscaba era presenciar en vivo y en directo la famosa S siseante de la serpiente multicolor, un topicazo como una catedral gótica, pero que forma parte de mi ADN como espectador de cientos de horas de ciclismo. Es un espectáculo ver estirarse al pelotón, como si fuera un látigo restallante sobre el asfalto.

Luego, ya desde la comodidad del sofá, disfruté en la tele del final de la etapa, con la subida a Hazallanas hasta los topes de aficionados.

Eso sí tiene mérito de verdad, encaramarse en todo lo alto y esperar pacientemente un puñado de horas a que lleguen los ciclistas para aplaudirles y darles ánimos mientras se retuercen sobre sus cabras mecánicas.

Ya no sigo el ciclismo, les decía, y prefiero bajarme a leer al rebalaje antes que ver los finales de etapa del Tour o la Vuelta. Pero no vean qué repullo al ver el brinco de Enric Mas sobre su bici, a pique de salir por un balate. ¡Qué expuestos están, por favor! Y qué dureza mental hay que tener para, segundos después, seguir descendiendo a 90 vertiginosos kilómetros por hora.

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Ya no sigo el ciclismo, pero qué bien me lo pasé ayer domingo disfrutando del ciclismo en vivo y en directo, en casita y frente a nuestros ojos.

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