Este año he subido más veces a la Fundación Rodríguez-Acosta que en toda mi vida. ¡Y tan contento, oigan! Ayer estuvimos allá arriba compartiendo un café con un variopinto grupo de gente, que Íñigo Entrala, su director-gerente, tiene un empeño especial en abrirlo ... a la sociedad.

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Me ha dado coraje no encontrar tiempo para organizar la sesión del club de lectura que teníamos apalabrada, hablar de 'El corazón de las tinieblas' y conmemorar el centenario de la muerte de Joseph Conrad, pero todo se andará y en enero lo retomamos. Porque hacer cosas en ese Carmen Blanco es toda una tentación. Allí inauguramos la primera edición del festival Biotopías y resultó una jornada gloriosa y memorable.

Íñigo y su equipo hicieron que la vuelta del puente resultara de lo más grata y acogedora y, como la mañana acompañaba, disfrutamos de un rato delicioso. Tuve ocasión de hablar con gente del acelerador de partículas, ese proyecto que me tiene el seso sorbío, y de una iniciativa de lo más curiosa; y con mi querido, admirado y reverenciado Gabriel Hernández Walta, uno de los mejores dibujantes del mundo, por mucho que le dé 'coraje' que le presente así a la gente.

Walta, que volverá a su 'Phantom Road' dentro de nada, está nominado a uno de los premios gordos del Festival de Cómic de Angouleme, el más prestigioso del mundo, por ese tebeo portentoso, escrito por Jeff Lemire y que no deben perderse. Me comentó otro par de proyectos en los que anda, impresionantes y espectaculares, pero como no sé de cuáles se puede comentar algo y de cuáles no, me marco un Wittgenstein de manual: «de lo que no se puede hablar, hay que callar». Pero que vamos a flipar, y en colores, eso sí se lo puedo anticipar.

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Uno de los vicios confesables de Gabriel es hacer apuntes del natural en su cuaderno y dibujar estampas de la ciudad. Tiene auténticas virguerías –su Sacromonte vale un potosí– y sería maravilloso verlas compiladas y publicadas. De hecho, este verano estuvo en la propia Fundación Rodríguez-Acosta, invitado por Entrala después de compartir unas Cervezas Alhambra en la terraza del Palace, y pintó una vista del Carmen Blanco excepcional. ¡Menuda tarjeta de presentación! Por cierto, que bajar de la Fundación caminando por el Realejo es otro de esos placeres sencillos de la vida que debemos practicar más y mejor.

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