La primera vez que oí hablar de Leónidas, los trescientos espartanos y la batalla de las Termópilas yo debía de tener diez o doce años. No fue en ningún libro de Historia. Fue en una película titulada 'El león de Esparta', que emitieron en televisión ... un viernes o un sábado por la tarde, y que me enseñó una verdad terrible, pero necesaria: los héroes no tienen siempre la supervivencia garantizada. (Durante mucho tiempo lo único que recordaba de 'El león de Esparta' era el desenlace: al final, todos mueren). Con las grandes figuras de la mitología me ha sucedido otro tanto. De niño, nadie puso ante mí 'La Odisea', pero a grandes rasgos conocía las aventuras de Ulises de regreso a Ítaca gracias a una entrañable película de 1954, dirigida por Mario Camerini, que tuvo otra consecuencia inmediata e inamovible: cuando finalmente leí la obra de Homero, le puse a Ulises el rostro de Kirk Douglas. No consigo imaginármelo con otro aspecto. Me atrevería a decir que, al escribir 'La Odisea', Homero tenía a Kirk Douglas en mente.

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Con Jasón ocurrió otro tanto. Nadie puso en mis manos la obra de Apolonio de Rodas; lo que me pusieron delante fueron los colores saturados de 'Jasón y los argonautas', película de 1963, con unos entrañables efectos especiales de Ray Harryhausen, que pude ver años más tarde, gracias a una reposición, en la pantalla con lamparones de un cine de la calle Puentezuelas ya desaparecido, el Goya Cinema. (Si la memoria no me engaña, era verano). A Perseo lo descubrí por las mismas fechas, año arriba, año abajo, en 'Furia de titanes', otra película avalada por Ray Harryhausen, uno de los cineastas que seguramente más ha hecho por la cultura antigua entre los cinéfilos de mi generación. Después de 'Furia de titanes', Perseo, Andrómeda, Afrodita, Casiopea o Pegaso pasaron a ser nombres no extraños para aquel chaval de quince o dieciséis años.

En aquellas sesiones de cine, la pantalla sustituía a las hogueras de antaño, esas llamas perpetuas en torno a las cuales se contaban estas grandes empresas, estas hazañas, estas leyendas. El fulgor del fuego y el fulgor de la pantalla es el mismo. La oscuridad de alrededor también es la misma. También el deslumbramiento. Me gustaría romper una lanza a favor de la ficción en general, y de la ficción cinematográfica en particular. Aquellas películas ayudaron a abrirnos los ojos a esas otras realidades tan lejanas, tan ajenas… y, al mismo tiempo, tan cercanas, tan nuestras.

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