El pasado tres de diciembre, Irene Zammuto, una amiga de Palermo, residente en Múnich, se hallaba de visita en Nápoles y decidió pasar la mañana en el Museo Arqueológico Nacional. En una de las inmensas salas del edificio se sorprendió al cruzarse con un individuo ... que se parecía de manera extraordinaria a mí. «Pero mucho más bajo que tú», me comentó luego. Su parecido físico conmigo era tan notable que Irene estuvo tentada de hacerle una fotografía a escondidas a fin de usarla como prueba. No lo hizo, temiendo ser pillada 'in fraganti', pero al volver al hotel llamó a una amiga común, Lisa Caputo, para comentarle el hallazgo, y por Lisa acabó sabiendo que ese desconocido que tanto se me parecía… era yo. También yo estaba entonces en Nápoles, también pasé la mañana en el museo y, tan abstraído estaba, no la reconocí. Lo llamativo del caso es que la tarde anterior yo había estado hablando del 'doppelgänger' a los estudiantes de la Università L'Orientale con motivo de la traducción al italiano de mi novela 'Del infierno', que trata el tema del doble.
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El 'doppelgänger' sería la materialización de nuestro lado oscuro y tradicionalmente se ha interpretado como un augurio de muerte: «El que ve a su doble va a morir», escribió August Strinberg, y cuenta la leyenda que Percy B. Shelley vio al suyo antes de morir ahogado: «¿Hasta cuándo pretendes seguir viviendo satisfecho de ti?», le preguntó su doble.
El término fue acuñado por Jean Paul Richter a partir de una feliz combinación de vocablos: 'doppel' (doble) y 'gänger' (caminante), por lo que cabría traducirse como «El que camina a tu lado». Este caminante me ha acompañado no pocas jornadas de mi vida como lector. Recuerdo el impacto que me produjo la lectura de 'William Wilson' de Edgar Allan Poe en mi adolescencia. Luego vendrían 'El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde' de Robert Louis Stevenson, 'El vizconde demediado' de Italo Calvino o 'El rincón feliz', un exquisito cuento de Henry James, que aconsejo vivamente. Borges lo abordó reiteradamente con un enfoque más existencialista y juguetón. En 'Borges y yo', el argentino confesaba que es al otro, a Borges, «a quien le ocurren las cosas». En 'Veinticinco de agosto, 1983', si no recuerdo mal, Borges imaginó el encuentro casual con un Borges mucho más joven. El pasado tres de diciembre, viví una experiencia similar: a través de los ojos de Irene, en Nápoles, me encontré con otro yo mío… «mucho más bajo», insistía ella. No sé qué interpretación darle a esto.
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