En las primerísimas páginas de 'Diarios. A ratos perdidos 5 y 6' (Anagrama) nos sale al paso una reflexión que cabría usar como clave de lectura no solo de este volumen, sino de la opera omnia de Rafael Chirbes. El autor valenciano escribe que ha ... pasado parte de la velada en el bar defendiendo inútilmente al escritor Álvaro Pombo de los ataques de un conocido suyo que echaba pestes de él a raíz de haber leído en una entrevista que Pombo es «de buena familia, maricón, y, por si fuera poco, miembro de la Real Academia Española». Los apriorismos campan a sus anchas y basta poco para linchar a cualquiera. Chirbes intenta explicar a su interlocutor que todo ello –la familia, la orientación sexual, los galones– es secundario respecto a la 'textura moral' que desprenden sus libros: «La prosa y la ética (al margen del esfuerzo laboral, que también cuenta, y no poco) son inseparables», escribe Chirbes pensando en Pombo. «La prosa y la ética son inseparables», simplifico yo pensando en Chirbes. Este proyecto de toda una vida –los tres tomos de los diarios– son prueba de ello.
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'Diarios. A ratos perdidos 5 y 6' abarca desde 2007 hasta 2015, los últimos ocho años de vida de Chirbes, una etapa crucial pues supone su consagración definitiva gracias a una novela rompedora e incómoda: 'Crematorio' (2007), que fue seguida por otra de igual intensidad, 'En la orilla' (2013), un díptico devastador que mostraba sin paños calientes la sociedad de la crisis que nos asoló entonces (y todavía nos asola: ¿quién dice que hemos salido del agujero?). Los diarios trazan y entrelazan un doble relato: el del individuo y sus demonios particulares y el del intelectual desencantado que comenta los tiempos que le ha tocado. El primer relato es la historia de una soledad abismal: «Yo solo soy yo en el silencio de mi casa, tan poblado, en el útero doméstico, con mis libros», confiesa el 6 de octubre de 2007 después de haber cenado con unos conocidos y confirmar sus dificultades para tener una vida social sana. Este mismo año, en Navidad, un amigo le reprocha que el aislamiento quizás lo ayude a escribir buenas novelas, pero está haciendo de él un hombre «tremendamente desgraciado». Chirbes se defiende y responde que le toca «representar con coherencia el papel que ha elegido, [y] hacer lo que creo que debo hacer y, por encima de todo, no hacer lo que creo que no debo hacer». Un posicionamiento ético de primer orden cimentado en unos principios, unos objetivos y unos límites que no pueden de ningún modo rebasarse.
En paralelo a esta crónica íntima, Chirbes lleva a cabo un comentario constante y cáustico sobre la actualidad política y cultural de esta España mía, esta España nuestra, ay, ay, ay. El 13 de marzo de 2008 leemos un apunte que vale la pena citar por extenso: «A [Theodor] Fontane, Prusia, su patria, no le parece un país que posee un ejército, sino un ejército que posee un país; algo así podría escribirse sobre España: no un país que posee unos políticos, sino unos políticos que poseen un país. Lo secuestraron durante la Transición y siguen manteniéndolo preso, mediante una financiación irregular que expulsa a la competencia –que no puede permitirse los derroches de las campañas de propaganda–, y gracias a una perversa estructura electoral ideada para primar, por un lado, el bipartidismo, y, por otro, los partidos nacionalistas de Cataluña y el País Vasco». Así es, pese a quien pese. Chirbes se muestra muy crítico con la administración de José Luis Rodríguez Zapatero, que estuvo al timón hasta finales de 2011, y también con la de Mariano Rajoy, que cogió el relevo. Quienes han venido después, en uno y otro bando, no son mucho mejores. Algunas comparecencias de nuestros actuales representantes políticos producen bochorno, hastío, vergüenza ajena; los principales responsables del empobrecimiento del debate público son justamente los protagonistas de dicho debate.
La lectura de los diarios de Rafael Chirbes deja un sabor agridulce, tanto es el desgarro. Frente a esos literatos coquetos que siempre ofrecen el perfil más fotogénico, Chirbes se muestra tal cual es, desnudo, descarnado, desfavorecido en bastantes ocasiones, pero sincero. Ni se engaña ni nos engaña. Ninguna propuesta ética medianamente seria se puede cimentar en algo distinto a la sinceridad.
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