No había oído hablar de Osebol hasta que el libro de Marit Kapla no cayó en mis manos. Antes de empezar la lectura debí ubicarla en el mapa: Osebol es una aldea sueca al norte de la región de Värmland, no muy lejos del río ... Klarälven, en una zona poco habitada del país. En algunas fotografías en Internet se ven unas pocas casas de madera, rodeadas de bosques de un verde cuasi negro de tan húmedos, bajo un cielo gris plomizo. (Imagino que no han de faltarles jornadas de cielos azules). La escritora y periodista Marit Kapla nació allí en 1970. Lo abandonó para irse a estudiar y, más tarde, por motivos de trabajo. Posteriormente, la venta de la casa familiar habría podido precipitar el desarraigo definitivo pero, tal como confiesa ella en el epílogo, «Osebol se aferró a mí. Solo aquí está en su sitio el horizonte», una imagen que da que pensar. En un gesto de gratitud impagable, Kapla decidió consagrar a esta aldea y a sus gentes su primer libro: 'Osebol. Voces de un pueblo sueco' (Capitán Swing), que ha conocido un importante éxito editorial en Suecia. La autora visitará nuestra ciudad en la Feria del Libro, invitada por su traductora, Carmen Montes Cano, profesora de sueco en el Centro de Lenguas Modernas y miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada.
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Entre los años 2016 y 2017, Kapla entrevistó a casi todos los habitantes mayores de edad de la localidad y convirtió sus declaraciones en una suerte de poemas mínimos, que corren por las páginas como arroyos entre la maleza. «Aquí hemos estado a salvo de muchas guerras», afirma la nonagenaria Karin Håkansson en una de las primeras composiciones, ensalzando las bondades de vivir lejos de los grandes centros urbanos. Un par de páginas más adelante, le explica a la autora: «Este bizcocho de almendras / lo he hecho esta semana». (Esta buena mujer no pudo ver impreso ese haz de recuerdos: Karin Håkansson murió en el año 2017; el libro aparecería dos años después). Algunos conciudadanos suyos son fugitivos de esas contiendas: «A mi padre se lo habían llevado los rusos», confiesa la octogenaria Armgard zu Putlitz. Sucedió en Alemania, tras terminar la II Guerra Mundial, y vivió un auténtico viacrucis hasta recalar en Suecia: «el resto no vale la pena comentarlo», dice. «No hay ningún lugar / más tranquilo en el mundo», se ratifica. Esta tranquilidad no seduce a todos por igual, al menos al principio: «Cuando llegué aquí y vi que estaba desierto / pensé que era horrible», reconoce Annika Axelsson. «Además, no conocía a nadie. / Pensaba… ¿y aquí voy a vivir yo?».
En 'Osebol. Voces de un pueblo sueco', Marit Kapla demuestra una verdad tan sencilla como incontestable, que otros modos de vida son posibles, que se puede vivir acompasando nuestra existencia al trascurso de las estaciones, lejos del mundanal ruido, en contacto con la Naturaleza, para bien y para mal. Christer Larsson habla de rastros de lobos en las inmediaciones de Osebol: «Se nota en invierno cuando hay nieve. / Se ven muchas huellas», y añade un detalle nada tranquilizador: «es un poco inquietante / saber que están a la vuelta de la esquina». Habla también de un oso en los alrededores. Ingrid Sarnefors insiste en la belleza del paisaje: «Esto tiene algo de enigmático / y cambiante. / Cada día es diferente». Osebol tiene los problemas de cualquier sociedad moderna –la falta de trabajo, principalmente–, añadidos a los problemas propios de las zonas rurales: el envejecimiento de la población a causa de la falta de nacimientos, sobre todo, que están despoblando regiones enteras del planeta. Las nuevas tecnologías también han llegado a Osebol para desplazar las viejas costumbres: «Antes la gente se reunía en las casas / a charlar. / Ahora tienen que invitarte para que puedas ir», explica Ulla-Lena Larsson. Quienes aún viven en Osebol parecen reacios a marcharse. A mí personalmente no me sorprende. En definitiva, todos buscamos un lugar con el horizonte en su sitio.
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