Las palabras tienen un peso específico, así como un espacio y un momento idóneos, y elegirlas mal, colocarlas en el lugar equivocado o decirlas a destiempo puede tener consecuencias contrarias a nuestro propósito. En 'La caja de palabras' (Alianza), Lucía Sesma repasa una serie de ... episodios históricos que ilustran los efectos, a menudo indeseados, de lo que decimos. Un ejemplo: en julio de 1945, ante la propuesta de rendición de los Aliados, el primer ministro japonés Kentaro Suzuki contestó: «Mokusatsu», un término que, según el contexto, tiene distintos significados: ignorar, desconocer, no tener en cuenta, no hacer ningún comentario, etc. Según parece, lo que Suzuki quiso decir fue: «Sin comentarios», una respuesta diplomática que no suponía un rechazo neto de la oferta; en cambio, lo que se interpretó fue: «No nos damos por enterados», que sí conlleva ese rechazo. En agosto, el presidente Harry S. Truman ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, amparado por la postura ambigua del gobierno nipón. Hoy sabemos que Truman habría lanzado las bombas fuera cual fuese la respuesta. Habían gastado miles de millones en el desarrollo de armas nucleares y quería rentabilizar políticamente dicha inversión y demostrarle al mundo –con la acción, no de palabra– quiénes eran los EE UU.

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Este otro aspecto de la cuestión tampoco debe pasarse por alto: las palabras tienen un peso específico y un espacio y un momento idóneos, pero unos y otros las retuercen de manera torticera para que se adapten a sus propios intereses. Basta asomarse unos minutos a cualquier telediario para ver la retórica de brocha gorda empleada por nuestros representantes políticos. (Y si hablamos de ciertos programas televisivos, apaga y vámonos, nunca mejor dicho). «Nos dijeron que hablando se entiende la gente» —recuerda Laura Sesma, antes de añadir: «Mentían»—. Estoy completamente de acuerdo con ella. El lenguaje es vehículo de comunicación y conocimiento, pero a menudo se usa para abrir zanjas o levantar barreras entre personas, no para tender puentes. Otro ejemplo histórico: durante la batalla de Iwo Jima, el ejército norteamericano empleó indios navajos para enviar información estratégica; el idioma navajo, una lengua sin escritura, era un modo de encriptar mensajes que ningún servicio de inteligencia enemigo logró descodificar nunca… A la pregunta de Polonio de qué está leyendo, Hamlet contesta, exasperado: «Palabras, palabras, palabras». De ello, de ellas, hablará Lucía Sesma en 'El Tiempo Perdido', una preciosa librería sita en la calle Puentezuelas. Será mañana viernes, por la tarde.

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