OpiniónT

Un verano con Joseph Conrad

Conrad provoca en mí una adhesión inmediata, incondicional, ya sea por la penetración con que indaga en tipos o tramas, ya sea por las corrientes ocultas que recorren sus ficciones

José Abad

Domingo, 22 de septiembre 2024, 23:00

En las páginas preliminares de 'El agente secreto', Joseph Conrad confesaba: «En todos mis libros he procurado cumplir con mi deber. He procurado cumplir con completa entrega», para añadir a continuación: «No habría sabido hacerlo de otra manera». Esta es una de las muchas lecciones ... vitales que uno ha ido entresacando de sus obras, incluso de las menos perfectas (como es el caso de 'El agente secreto'). Según Conrad, la literatura no da carta blanca a nadie para hacer lo que le venga en gana, sino un contrato que obliga a realizar el mejor trabajo posible, siempre. El escritor no debe traicionar la confianza que el lector deposita en él cuando elige un libro suyo. Su obligación es facilitarle las vías de acceso a su propuesta y, una vez dentro, ofrecerle cuanto tiene con generosidad, pero sin atropello. Un buen anfitrión no debe hacer sentirse incómodo al huésped. Respecto a otros autores que han de leerse con un manual de instrucciones a mano, Joseph Conrad es diáfano (hermoso adjetivo). Puede ser prolijo, pero no retorcido, no confuso, no críptico (horribles adjetivos éstos).

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El pasado 3 de agosto se conmemoró el centenario de la muerte de este extraordinario escritor y, a modo de brindis íntimo, he releído algunos títulos suyos en los meses de canícula y saldado alguna deuda pendiente. (Aún tenía sin leer 'El espejo del mar'). El efecto es el habitual. Conrad provoca en mí una adhesión inmediata, incondicional, ya sea por la penetración con que indaga en tipos o tramas, ya sea por las corrientes ocultas que recorren sus ficciones, tan intensas, ya sea por la gran humanidad que exudan sus historias, de un incalculable valor en la Europa que clausuró el siglo XIX con la más devastadora contienda que había conocido el planeta, igualmente valiosas en la actualidad. Su humanismo sigue siendo imperativo en estos tiempos cínicos en que vivimos. En todo cuanto escribió Conrad hay un firme posicionamiento ético: «Nunca hay Dios alguno en un país en que los hombres no se ayudan a sí mismos», leemos en 'Nostromo'. En sus ficciones hay asimismo un no menos firme empeño de ofrecer alguna enseñanza útil; «la verdad es la única justificación de cualquier ficción», escribía en 'Bajo la mirada de Occidente'.

En la obra de Joseph Conrad, la reflexión y la emoción se conjugan admirablemente. En sus relatos de aventuras los protagonistas viven los lances preceptivos en aguas profundas y existencialistas: 'El corazón de las tinieblas' (1899) cuenta el ascenso del río Congo en busca de marfil para describir finalmente un descenso a los infiernos de la barbarie; el protagonista de 'Lord Jim' (1900) vivirá un largo viacrucis personal en el vano intento de expiar un momento de debilidad en que se dejó vencer por el miedo; 'La línea de sombra' (1916) reconstruye el primer encargo de Conrad como capitán en aguas de Indochina e ilustra con suma delicadeza el paso de la juventud a la madurez, con todo lo que esto comporta. En sus novelas políticas la intriga se entreteje con una denuncia de largo alcance. En 'Nostromo' (1904), la historia en torno al robo de un cargamento de plata le permite hacer un agudo análisis de las revoluciones que asolaron América del Sur a lo largo del siglo XIX; en 'El agente secreto' (1907) la crónica de un atentado terrorista en Londres le sirve para poner en cuestión esas doctrinas políticas que anteponen la ideología a la vida humana. En 'Bajo la mirada de Occidente' (1911), otra historia de expiación, retrata la convulsa situación social de Rusia que muy pocos años después haría estallar la Revolución.

A todo lo anterior hay que sumar una prosa sólida, recia, no reñida con el apunte poético, que revela a un escritor preocupado por lo público y lo íntimo, lo grande y lo pequeño, lo grave y lo delicado. En 'El espejo del mar', una evocación de sus años como marinero, abundan los ejemplos de este tipo: «El mar nunca ha sido amigo del hombre», escribe quien se había pasado media vida en él. «Si quieren ustedes saber la edad de la tierra, observen el mar durante una tempestad», afirma en otra ocasión. «En ningún sitio se hunden en el pasado los días, las semanas y los meses más rápidamente que en el mar», sentencia en otra.

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