
Aleluya
Los contratiempos emocionales y su carrusel impulsivo (tan propio de impúberes) forman parte de la política actual.
José Ángel Marín
Lunes, 29 de abril 2024, 22:23
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José Ángel Marín
Lunes, 29 de abril 2024, 22:23
Usted y yo sabemos de qué va la columna: De lo que estos días van todas. Aunque a toro pasado y visto el teatrillo, lo ... que interesa es ahondar en el por qué de este vodevil. Lo de menos es el resultado, qué más da el sentimentalismo barato con que se riega al personal, qué importa el lenitivo cuando tras un redoble sostenido de tambor, por fin se dice a la ciudadanía que el mesías monclovita seguirá salvándonos, que lo hará contra viento y marea, que, aunque sea a salivazos, continuará rescatándonos de nosotros mismos. ¡Aleluya!
Y en esta tesitura, ante una pataleta inédita en el globo terráqueo, ante la impostada zozobra que se ha pretendido irradiar a toda la sociedad española, lo primero que me viene a la cabeza es el recuerdo de aquellos tiempos en que había hombres de Estado, gobernantes de verdadera altura (que además tenían oficio fuera de la política), líderes responsables, estadistas, dirigentes dispuestos a anteponer el bien común a sus particulares cuitas, personas maduras que asumían temporalmente la púrpura, conscientes de que no era suya. Aquellos eran políticos prestos a sacrificar sus intereses personales por la 'pax romana', esa que propicia estabilidad general, seguridad y progreso para todos; no solo para los instalados en la camarilla.
Sí, ante las patadas de ahorcado de una carta pueril y lacrimógena, impropia de persona adulta, me vino a la mente el tiempo –no tan remoto- en que la política parecía estar al servicio de España, y hablo de coyunturas mucho más graves. Por ejemplo, afloraron verdaderos estadistas en los Pactos de la Moncloa, cuando entre esas cuatro paredes se lograban acuerdos beneficiosos para todos, en lugar de intrigas y conciliábulos. Recuerdo cuando Suárez, Felipe, Fraga y Carrillo hacían política al servicio de la gran mayoría. Eran años de política aristotélica, no maquiavélica. Tengo añoranza de entonces, cuando la política era casi un arte, y no esclava de los intereses de un megalodón que se revuelve contra quienes no le rinden pleitesía, contra jueces, periodistas y críticos, que maniobra contra cualquiera que cuestione su Olimpo y su égida.
Pero, no nos pongamos sublimes y pisemos tierra. La realidad es la que es. Los contratiempos emocionales y su carrusel impulsivo (tan propio de impúberes) forman parte de la política actual.
Salir zumbando o quedarse como ha hecho Sánchez (claro, dónde ir al soltar el chollo), es lo de menos. Lo relevante es el trance al que lleva a España un político solo preocupado de su pellejo, sin escrúpulos, adicto al poder, cuya ambición desmedida no distingue tejidos y que ya es marca de la nueva fractura en una sociedad como la nuestra, por cierto, siempre presta al enfrentamiento y la tragedia. En fin y una vez más, más tinta y espectáculo para el resto del mundo, que en esto del auto-sabotaje y en entretener al planeta somos únicos. (Lo que yo no sabía es que Jack el Destripador era vegano). Loado sea el cielo.
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