Batiburrillo
Al ministro coctelero de amasijos normativos, le sale el genio cuando se le tuerce el carro en el Congreso.
José Ángel Marín
Jaén
Lunes, 27 de enero 2025, 23:30
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José Ángel Marín
Jaén
Lunes, 27 de enero 2025, 23:30
Las rabietas de Bolaños me recuerdan a las del chef Veyrat, y viceversa. Ambos tienen en común los fogones y que son bastante quejosos. En concreto, al ministro coctelero de amasijos normativos, le sale el genio cuando se le tuerce el carro en el Congreso. ... Sí, cuando le devuelven a chiqueros el comistrajo que él aliña con tanto esmero, nocturnidad y alevosía en los hornillos de Moncloa. Es entonces cuando se arranca el delantal y va a avisar al amo de que con su debilidad parlamentaria es disparate pretender gobernar.
Ambos, Veyrat y Bolaños, son 'cocinicas'. Cada uno de lo suyo. El francés, que pasa por ser gurú de la cocina provenzal, condimenta como haría un mago; uno al que un día encumbró la Guía Michelin, y luego le salió rana. Me explico: Hace poco el chef de la Alta Saboya llevó a los tribunales a la Guía por lo que consideraba tremendo agravio. Y es que le habían retirado la tercera estrella de su restaurante 'La Maison des Bois'. Y, claro, eso es imperdonable, que diría el humorista Leo Harlem, (por cierto, no se pierdan su sketch sobre la 'nouvelle cuisine' y alta cocina donde se guisa con nitrógeno, sí, nitrógeno líquido, esa ampollita de ázoe que a usted y a mí nunca nos falta en la alacena).
Resulta que Veyrat demandó a la Michelin exigiendo conocer los motivos por los que le apartaron el lucero. Apoyaba el chef su alegato en que los inspectores de la Guía no habían catado su manduca (oh là là, si lo hubieran hecho), ya que ni siquiera estuvieron en su local; y –añadió- que al retirarle la estrella se le ocasionó grave quebranto (no sabemos si moral o monetario). Pero, los jueces franceses, de los que también se va a encargar Bolaños en cuanto meta en cintura a los de nuestro país, terminaron dando la razón a Michelin, diciendo que ni el chef ni su firma de condumio presentaron pruebas que evidenciaran el perjuicio.
La pataleta del francés ha consistido –al mejor estilo Bolaños- en pregonar que la culpa es de los otros, de la Guía y, claro, de los jueces; y que a partir de ahora buscará clientes 'debajo de las piedras'. Eso sí, no sin antes colgar carteles en sus restaurantes prohibiendo la entrada a los inspectores de la dichosa Guía, que –cosa rara- suelen ir de incognito a las cantinas que visitan (mire usted por dónde).
El furriel Bolaños –igual que el guisandero galo- también convierte sus comistrajos en una experiencia legal 'inmersiva'. Y si -por un casual- el potingue ómnibus no cuela, se pone hecho una hidra. Lógico, pues al ministro no le cabe en la sesera que la oposición se oponga y, claro, eso tiene consecuencias. Los mejunjes decretales de don Félix son popurrí de grandes éxitos que, sí o sí, han de tragar los comensales. Él los adereza con mucho cariño, pero con poca cabeza, según cuentan los que deben masticarlos. De ahí la corajina del furriel y el solivianto de su amo, habituados como están a sacar decretos como churros.
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