
Otro cisma
Hoy mismo puede ser otro día histórico, aunque para muchos pasará desapercibido siendo tantos los frentes abiertos.
José Ángel Marín
Jaén
Lunes, 27 de mayo 2024, 23:50
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José Ángel Marín
Jaén
Lunes, 27 de mayo 2024, 23:50
España está que se sale. Hoy mismo puede ser otro día histórico, aunque para muchos pasará desapercibido siendo tantos los frentes abiertos. Pero la cosa ... promete. Hablo del reconocimiento del Estado palestino que aprueba ahora el Consejo de Ministros, esa colección de jerarcas que hacen las delicias de la ciudadanía.
Esta vez al 'amado líder' lo secunda un fiel escudero, Albares, ese gigante de la diplomacia que con sutileza de capellán castrense nos sitúa a la cabeza del desconcierto internacional, en la punta de lanza, y sin despeinarse; típico de los grandes estrategas que ha dado la humanidad. Eso sí, nos lleva a lo más alto auxiliado por esos cabalistas gubernamentales que –gentilmente- asesoran al gobierno, y que, con su mucho tino están logrando que seamos parapeto y última frontera ante el avance de los retrógrados y, por fin, España sea la potencia universal que nunca dejó de ser. ¡Ay, si Carlos V levantara la cabeza!
Henchidos de gozo tengo los pectorales, claro. Pero, confieso que me atenazan dudas: Créanme el amable lector si le confieso que un pellizco pinza mis entretelas cuando cavilo sobre este otro giro de timón poniendo proa a Israel. Detecto en su 'diplomacia' cierta dinámica frentista, esa misma que tan requetebién funciona a Sánchez en la política interna, la de la barricada y el frentismo, la de los dos bandos, la de colocar al discrepante tras el muro, la del cordón sanitario con quien no cuadra.
Mis disculpas. Pero tengo dudas sobre si es la mejor de las ideas extender la lógica de trinchera al campo internacional; sobre todo con la que está cayendo en los cuatro puntos cardinales de este –todavía- bello planeta. Más aún, cuando nos consta que en Oriente Medio siempre se han desarrollado contiendas en las que Occidente ha intervenido con saldo dispar, es decir, no se arregló la cosa y luego vinieron ataques terroristas a Europa y América. Baste recordar que no hace tanto, en las décadas de los 60 y 70, las sensibilidades palestinas provocaron atentados terroristas en suelo occidental para inclinar la balanza a su favor, y ahora estaríamos en otro de esos estratégicos movimientos pendulares.
Por más que la deploro y bien que me encoje el corazón cualquier confrontación, por más que rechazo la violencia, la paz se me antoja huidiza, siempre esquiva, y mucho me temo que la guerra sea consustancial a la naturaleza humana. A lo más que llegamos es a embridarla con alguna regla jurídica. Somos primates pelones, y pese al raciocinio –el que lo tenga- y la tolerancia, no olvidemos que la gresca está a la distancia justa de un chispazo nervioso. El caimán que nos habita sigue ahí, y todo está siempre presto para teñirse de rojo. Por eso, aunque me cuesta entender los conflictos y los contemplo como una desgracia, no son una excepción, están ahí, como lo estuvieron siempre pues la violencia, verbal o física, parece inherente al ser humano. Son defectillos de fábrica.
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