Desastre mayúsculo
Han pasado siete días, ¿y? Pues nada. Nuestros dirigentes siguen a lo suyo, a la pitanza, al gallinero y a sus reglamentarios saqueos.
José Ángel Marín
Jaén
Martes, 5 de noviembre 2024, 00:21
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José Ángel Marín
Jaén
Martes, 5 de noviembre 2024, 00:21
La tragedia está servida cuando al desastre natural se une una gestión desastrosa, quizá maliciosa. Estamos ante un caos organizativo que nos sitúa en el tercer mundo. El Estado son sus servidores, sus responsables, y con lo que hoy se despacha no pasamos de Bangladesh. ... Los efectos de esta DANA evidencian la farsa moral y la incompetencia de nuestros dirigentes, la claudicación ética de la que hacen gala.
Pero, la gota fría puede dar la puntilla a este aquelarre de inútiles, negligentes y maquiavelos. Eso sí, no sin que antes se imponga un relato; de hecho, ya está funcionando la maquinaria propagandística para salvar el culo a los responsables de los efectos de esta hecatombe. Responsables no de la furia de la naturaleza, sino de sus consecuencias, del rastro de devastación de un fenómeno natural que, desde luego, era inevitable, pero no así los centenares de muertos. Ellos sí eran evitables.
No se olvide que cuando una catástrofe se extiende a distintos territorios estamos ante una emergencia nacional de inexcusable responsabilidad estatal, además de autonómica. Aunque los ministros no lo sepan, ni se cosquen las autoridades autonómicas y sus lumbreras, el agua es líquida, un fluido que mezclado con tierra, ramas, troncos y piedras se convierte en un amasijo letal. Nuestros políticos son cortitos para unas cosas y muy largos para otras. Lo llamativo del caso es que la gente los sigue votando, electores atrapados en una cantinela cavernícola, embelesados por sus trucos semánticos, por las peleas cainitas que teatralizan en el parlamento.
Han pasado siete días, ¿y? Pues nada. Nuestros dirigentes siguen a lo suyo, a la pitanza, al gallinero y a sus reglamentarios saqueos. Junto con lo barato que nos salen, una de las muchas ventajas de las comunidades autónomas es el grado de eficiencia con que se coordinan con la Administración del Estado cuando hace falta, sin ir más lejos, ante una catástrofe como la que ahora azota.
El desastre de Valencia muestra la brecha creciente entre la España real y la que manda. Además de gafes, estos dirigentes son una plaga. No están a la altura del pueblo que desgobiernan y al que utilizan como peones electorales; ahora simples daños colaterales de su enfermiza adicción al poder.
Es curioso que esto ocurra en el siglo XXI, en un país occidental que va de avanzado. Curioso también -en este caso- que a más medios y tecnología, más muertos. Menuda paradoja. Este psicoescenario obedece a unos mandatarios que solo son mañosos en escurrir el bulto, de modo que los muchos muertos no les salpiquen.
¿Dónde quedó el liderazgo, dónde la capacidad para enfrentar el caos, dónde las soluciones a las burlas del destino? Quedaron en ese lodazal que también anega las instituciones. Menos mal que estos dirigentes todavía tienen escoltas y una guardia pretoriana que los salva del pueblo, de esa gente que paga impuestos como si viviera en un país desarrollado.
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