En Semana Santa sabe mal hablar de polarización. Pero, este nuestro es un país de pasión, como la semana que va del Domingo de Ramos al Sábado de Pasión, y nos guste o no, son tiempos convulsos los que nos toca vivir. Quizá siempre lo ... fueron, aunque últimamente tengo la mosca detrás de la oreja zumbando más de la cuenta.

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Echemos un vistazo en derredor: Los terroristas campan a sus anchas por la Europa del 'buen rollito' y también por la otra, degüellan y tirotean a personas en un centro comercial cualquiera, eso sí, invocando emociones y creencias. En nuestro país –que de terrorismo se supone que sabemos un rato-, caen chuzos de punta ahora que Sánchez ha agigantado a Puigdemont. Entre lumbreras anda el juego. Además, crece el espionaje venido de mano del iluminado 'indepe' que dio alas al eterno adversario de la cultura occidental. Mientras, Ursula von der Leyen se hace la manicura jaleada por la camarilla de frikis que desgobierna la eurozona, territorio que fue el más próspero y civilizado del planeta antes de ser colonizado por la lógica Teletubbies, y que todavía vive de aquellas rentas, aunque me temo que por poco tiempo.

A estos mimbres se suman dos conflictos bélicos a las puertas de Europa. Y todo ello aderezado por el hecho cierto de que el personal no quiere informarse de lo que ocurre a su alrededor. La gente lo que quiere es que le den la razón, y por eso atiende exclusivamente al periódico de sus amores, al folleto de Corín Tellado que le da consuelo, y, claro, se veta cualquier otra fuente informativa que no sea aquella que mejor nos dora la píldora. Se reafirma así el prejuicio, la opinión preconcebida, y se establecen filtros de burbuja ante cualquier otro criterio que, por supuesto, se considera nocivo e indeseable. De ahí la polarización rampante.

En fin, creo que caminamos hacia un mundo cada vez más polarizado y autoritario, de déspotas con piel de cordero, plagado de facturas falsas, subvenciones irregulares, comisiones ilegales y mordidas. Aquí dentro asistimos al retorcimiento del sistema, a una mutación constitucional encubierta. Y respiramos tan campantes esa atmósfera torticera propia de un Estado fallido o en descomposición. Y todo por el interés particular de un dirigente sin escrúpulos que se encama con quien haga falta –por estrafalario que sea el personaje- con tal de perpetuarse en el poder un rato más.

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No quiero se agorero un Martes Santo, pero del mismo modo que el de Nazaret sabía que aquella semana suya pintaba solo regular, no hay que ser un lince para atisbar la deriva decadente de Occidente, que como mancha oleaginosa tiene en España uno de sus epicentros.

Puede que haya resurrección; no lo niego. Pero, mirando el patio, la cosa pinta en bastos cuando a un fugado le dan cirio en una procesión que no es la suya, cuando se le pretende hacer cofrade de un orden que se empeña en dinamitar. En fin, polarización que nos achica y envilece.

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