Ahora que hablan de moción de censura municipal, me viene a la cabeza esto: Jaén es como la aldea de Astérix y Obélix, pero sin Astérix y Obélix. También periférico, pero sin liderazgo alguno y sin ideas. Sin un ápice del carácter que hizo célebres ... a los galos. Y, en vez de irreductible, Jaén es un barbecho reducido a pavesas por los de antes, los de ahora y los que vengan. Sí, los jienenses habitamos lugar muy alejado de donde todo se decide, Jaén parece ese sitio del tebeo, la primera página del cómic.
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Visto desde Madrid o Sevilla, Jaén es un lugar remotísimo. Un paraíso recóndito donde atrojar jubilados. En el mejor de los casos, un granero de votos. Pese a lo grande de nuestra provincia, en términos políticos hace falta la lupa para ver Jaén en el mapa. A veces pienso que Jaén es territorio imaginario, una especie de 'Neverland', el país de Nunca Jamás, un islote ficticio donde campan a sus anchas Garfio y Peter Pan.
Sí, muchos autóctonos dudan de que Jaén exista más allá del folleto de FITUR. Y el foráneo se percata de Jaén al pinchar una rueda en Despeñaperros, o si le dicen que hay aquí una catedral colosal, u oye campanas de Úbeda y Baeza, o se le habla del río Guadalquivir. Pero si nada de eso ocurre, hay que ir al microscopio para divisar esta aldea de resignados, de gente sitiada antaño por los caciques y hoy por la demagogia, donde los jóvenes ya son viejos gracias a las trolas del poder.
Tragar bolas nos pone. Sí, es nuestra esencia de crédulos, y ya convertidos en receptores de promesas, cualquier político lo tiene a huevo. Nuestra fama de mansos siempre pendientes de augurios, provoca risas entre propios y extraños. Porque, eso sí, humor aquí no falta ante quienes mucho prometen antes de la traición.
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Ahora una moción de censura es la prenda de mejores tiempos. Una nueva promesa que en Jaén siempre cuela por más que se reitere con desvergüenza. No hay nada como tener a gala ese rol de ingenuos, que -según Cela- era antesala de cornamenta. Pocos escapan. Los ingenuos también son cómplices de los devaneos y caprichos de esa clase política con la que nos conformamos, de esa alcurnia de dirigentes que sigue obsequiando a Jaén con un futuro cadavérico.
Y ahora que las luces navideñas ocultan las sombras profundas de lo que está por llegar, toquemos la zambomba como si no hubiera un mañana. ¡Viva el caos de prioridades!
Luego vendrán los golpes de pecho y los negros nubarrones, los lamentos y los desertores. Pero mientras sucede lo esperado, asistamos muy ufanos a otro show de ilusionismo barato. Otra ración de sopa boba, un nuevo esperpento como el que relató Cela en su libro 'Rol de cornudos' (ilustra C. Torrandell). Cambiarán ahora algún druida y otro flautista de Hamelín guiará el destino estrafalario que –confesémoslo- ya damos por amortizado.
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Solo una duda me queda sobre esta tierra postergada con saña: ¿qué fue antes, la resignación o el olvido?
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