Al hilo de lo de anoche, tía Gertrudis y yo estuvimos parloteando sobre los debates electorales, sobre por qué los llaman debates si allí nadie delibera en sana lid, si más que plantear argumentos y controversia lo que prima es la agresividad verbal, en ocasiones, ... incluso la acritud gestual, los arreones intimidatorios y la embestida al adversario. Con lo cual aquello parece más a un lance de Sanfermines en la calle Estafeta, que una diatriba política.
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Sí, tengo la impresión de que estos 'cara a cara' (aunque cara tienen la que no está en los escritos) deberían llamarse 'testuz a testuz', pues manda el topetazo más que la contraposición de ideas, porque se suceden las acometidas, se arremete al contrincante como si fuera enemigo más que rival, como hacen estos días sobre suelo pamplonica esos astados que corren sin ton ni son, sin saber a dónde van, intentando cornear o dar voltereta a quien se les pone por delante.
Es muy hispano el deporte de tirarse trastos a la cabeza (que se lo digan a Goya o a Antonio Machado) y así nos luce el pelo. De ser una gran nación, plural, rica y diversa, hemos pasado –sin anestesia y en menos que canta un gallo- a convertir España en una completa jaula de grillos, en un sindiós donde lo único seguro es que no bajarán los precios y sube la hipoteca.
Lo de anoche no fue debatir. Fue el intento dual –dijo la tita- de machacar al contrario. Fue más de lo mismo. Otro intercambio de golpes sin mayor dialéctica, otro refrito televisado de la proverbial capacidad destructiva de nuestros dirigentes, que una vez más hacen gala de la buena maña que se dan en repetir cantinelas y enardecer a los suyos. A ratos, todo un alarde de lloriqueos ensayados y de burdo victimismo que solo hace saltar las lágrimas de los ya convencidos.
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Si debatir no es eso –apostilló tía Gertrudis-, entonces, ¿para qué montar el tinglado del debate electoral con todos sus perendengues? Pues precisamente para eso –añadí- para fidelizar a los fanáticos de la causa y fijar sus cascarrias mentales, para movilizar a los resignados y, sobre todo, para rebañar algún que otro voto indeciso de esos 800.000 que conforman el colchón de sufragios que decantan en nuestro país la mayoría que gobierna.
En efecto –concluí-, días de expectación y noches de decepción. Nada nuevo bajo el sol: Las muchas expectativas son la madre de todos los desengaños, y algo así ha ocurrido con el cacareado acontecimiento electoral más relevante de la campaña a las elecciones generales del 23J. Con todo, la alegría va por barrios. Además, el formato televisivo y los dos presentadores/as que están en la pomada, solo propicia cierto frentismo que, pese a la cosmética, late en esa fórmula visual desde su propio diseño.
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Aunque puede que no todo sea negativo, y quizá sea hora de volver al bipartidismo, ese que tanto hizo avanzar a este país carpetovetónico, ese bipartidismo que nunca debimos vituperar tanto.
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