
La Catedral de Granada, Patrimonio de la Humanidad
«Ven a la catedral, alma de soledad temblando» L. Cernuda
José García Román
Viernes, 4 de abril 2025, 23:09
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José García Román
Viernes, 4 de abril 2025, 23:09
Sería deseable el reconocimiento oficial de Patrimonio de la Humanidad. Sobre nuestra Catedral, de 116 metros de longitud y 68 de anchura, Manuel Gómez-Moreno ... escribió en su 'Guía de Granada': «es la primera iglesia del renacimiento en España; sobre todo su capilla mayor y demás miembros construidos por Siloee y Maeda, son lo más bello de tal estilo que se edificó en nuestra península. (…) La magnífica capilla mayor es única en la historia de la arquitectura». Han sido reconocidas patrimonio de la humanidad once catedrales españolas junto al casco histórico de la ciudad u otros edificios. Sólo la de Burgos es a título individual. ¿Por qué no conseguir tal título para la Catedral de Granada unida a la Capilla Real y la iglesia del Sagrario? Ojalá se abracen 'realidad y deseo', cofre de la poesía cernudiana. Pretendo que esta reflexión se asemeje a un paseo de la mano del poema de Cernuda 'Atardecer en la Catedral', cuyos versos son vivos y sólidos impulsos de fe y belleza.
No me acostumbro a la inacabada torre de la Catedral de Granada, pues viene a mi memoria el dibujo de su realización final. Y mucho menos si recuerdo el derribo del cuarto cuerpo por fallo estructural, quedando la excepcional atalaya mermada de horizonte, aunque el sonido de sus campanas fuese amplificado por las cumbres de Sierra Nevada: sideral catedral blanca de Granada y España. Hablan los sillares, reforzados con enérgicos nervios apoyados en muros y pilares de arte y creencia. «Como un sueño de piedra, de música callada, / la catedral extática aparece, / toda reposo: vidrio, madera, bronce, / fervor puro a la sombra de los siglos».
En la alta edad media surgió «una verdadera revolución de fe» que iluminó las artes y las ciencias puestas a disposición del espíritu. Emergió la época de las catedrales que propició la construcción de más de doscientas en aquella Europa «en penumbra», con fervientes anhelos de elevar los templos al nivel que aquel fogoso y contagiante espíritu deseaba, olvidando construcciones domésticas de antaño, atraídos por proyectos de ambicionada belleza cósmica para propiciar un mejor encuentro de la Humanidad y la Divinidad en un espacio abierto a la multitud buscadora de silencio y soledad, y escuchar la voz interior sin interferencias, meditar y contemplar: símbolo de la recreación del mundo de misteriosas leyes, de luminosa oscuridad y de oscura luminosidad.
En torno a las catedrales surge el concepto de la escuela-catedral donde se impartían conocimientos de las llamadas artes liberales, el trivium –retórica, gramática y dialéctica– y el quadrivium –aritmética, geometría, astrología y música–. Aquel contraste nos recuerda la sociedad de hoy pactando resolutivamente con «el aquí y el ahora» y obviando que la verdadera cimentación del futuro sólo se consigue a largo plazo, a veces heroico, como sucede con las catedrales: extraordinaria iniciativa transmisora del mensaje de «el allí y el después», del 'edificio' construido día a día sin agobios de tiempo, que nada tiene que ver con el síndrome del microondas en lugar del fuego lento, de la alocada velocidad en sustitución de nuestros pasos, de la autovía en lugar de los senderos y los bosques…
Lo que se considera modernidad frecuentemente se da de bruces contra los espejismos, y olvidamos que el sosiego y la espera son cualidades de un genuino progreso, ejemplar cuando comenzaron a emerger las catedrales góticas pues se aceptaba con loable resignación que los artífices de ellas no verían la obra concluida. A aquellos creadores les bastaba el sueño de la «sombra divina hablando en el silencio». Las catedrales nos recuerdan que el tiempo se detiene. Los relojes también. Calla el silencio. «Como el niño descansa (…) transcurren estas horas en el templo».
«Muere el día, / pero la paz perdura postrada entre la sombra». Disfrutamos del ayer, igualmente lo destruimos, y cimentamos el mañana, no siempre con el firme exigido. El interior de las catedrales ignora el tiempo –se marchó cuando sus cubiertas dijeron adiós a la intemperie, permaneciendo fuera a modo de vestigio– y nos invita a convertir los ojos en vitrales que ofrezcan tamizada luz a nuestra interioridad. «Entra en la catedral, ve por las naves altas», dice el tiempo exterior al admirar la cima de la montaña cual cúpula de espléndida catedral, simbólica cumbre de pensamientos, laboriosa de escalar, pero que se va haciendo realidad sin apenas darnos cuenta al ascender lentamente. «Cerca de Dios se halla el pensamiento».
«Me moriré sin pisar una catedral», me dijo cierto eco. «Gran mérito», le contesté. Cernuda apostilló: «Aquí encuentran la paz los hombres vivos, / paz de los odios, paz de los amores, / olvido dulce y largo, donde el cuerpo / fatigado se baña en las tinieblas». A la Catedral Basílica de Granada se le abren horizontes de proyectos emulando a nuestros antepasados, acompañados de renovado compromiso de respeto a sus sillares y su entorno. Cuando concluyan los actos del V Centenario en 2028, felizmente renovada la memoria, en los amaneceres y atardeceres, abrazados por el silencio podremos oír: «El suelo besan quedos unos pasos / lejanos. Alguna forma, a solas, / reza caída ante una vasta reja / donde palpita el ala de una llama amarilla».
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