Me siento feliz por saber lo poco que sé. Porque hay saberes que ocupan demasiado lugar y provocan hinchazón general que impide pasar por las puertas estrechas del decoro: resplandor del ser humano que sólo sabe que no sabe nada y que se ríe de ... sí mismo; al contrario de quienes se divierten mofándose de los que no son como ellos. Este tiempo de infinidad de remolinos que despeinan ideas, zarandean principios y agitan conocimientos sólidos que advierten ráfagas peligrosas, nos obliga a reforzar cimientos de escasa profundidad y ejercitar firmezas. Con asiduidad, los remolinos son originados en la atmósfera personal que en contacto con el exterior genera vendavales o ciclones devastadores. Conocemos cómo se gesta el tornado y qué fuerza acumula.

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Nuestra existencia está a merced de las ventiscas. Forma parte de su ser y en consecuencia influye en la compleja organización de la universidad de la vida, en la que se consigue ser 'docente' tras una breve etapa 'discente'. Y todo desde la llamada 'democracia' pregonada con entusiasmo, en teoría acompañada de vigilancia fiable e intensiva: imagen lejana de la realidad, porque unos no quieren ver las urnas ni en pintura, otros las soportan tapándose la nariz, votando forzados por las circunstancias o, lo que es igual, en contra de su conciencia –o sea: sí es no, y no es sí en función del día, hora o lugar–, y por último, los que mantienen su fe en una democracia más que imperfecta y difícil de enderezar, y en el genuino 'pueblo soberano' que nada con tenacidad en lagos de conceptos discordantes, responsables de la precaria salud de nuestra convivencia que ruega silencio y reclama dar voz a los acontecimientos ejemplares con más derecho a 'hablar'. El papel todo lo aguanta.

En la carrera competitiva, con frecuencia elegimos la vía o categoría que no nos corresponde, obsesionados con ser los primeros. Abundan los modos de lograrlo. Pero cuando se pretende comer el mundo se corre el riesgo de ser devorado por él. Deseamos ser actores antes que espectadores, docentes a discentes; preferimos que nos aplaudan a aplaudir, que nos condecoren a condecorar, que nos feliciten a felicitar, que nos reconozcan a reconocer… y anticipamos posteridades ignorando el fallo definitivo: obtener o no el grado de 'Eméritos'. Si al nacer se nos matricula en la universidad de la vida, al 'egresar', por no decir morir, si se pasa a 'eméritos' se rotulan los nombres con polvo de estrellas en el cuadro de honor de un cielo invisible, brillando noche y día la inscripción 'Ad Merita'.

Hay dos categorías respetables de 'eméritos': la de ciudadanos alejados de pretenciosas heroicidades y la de los que dejan pesados lastres de oro para 'egresar' ligeros, sin que sus cenizas sientan rubor gris oscuro. Los honores nos atraen cual diamantes, pero el honor, con brillo discreto, no tiene prisa, camina lentamente, al ser la exigencia su norma ajena a coacciones; como el agua de lluvia que cae en el momento que las nubes están dispuestas a descargar. Es muy paciente y aguarda la oportunidad de la verdadera 'luz' que anula prepotentes reflectores que ponen en almoneda hasta las 'sobrinoprimogenituras'.

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La tiranía intelectual, de diversas clases y matices, existe. Mas, afortunadamente, la última evaluación no será examinada por tribunales influidos por presiones sociales en la definitiva despedida, sí por el tiempo que calificará composturas e itinerarios de honor, no de honores vacíos de honor. Hay quienes siembran vientos y recogen bonanzas, y otros cultivan bonanzas y cosechan violentos temporales: una de las caras de la injusticia, fiel compañera de la hipocresía. ¿Somos falsos y cortos de luces, especialmente en periodos de oscuridades, y asimismo optimistas de contrato? Hace casi un mes que no me saludo ni me hablo pensando en el tribunal que me juzgará al final de mis días y decidirá la concesión o no del título de 'Emérito'. ¡Lo llevo claro! Nadie se zafa del inevitable examen de la vilipendiada conciencia universal.

Existen yoístas que en su delirio de salvadores de la humanidad creen que tras su muerte vendrá el diluvio universal. En el lado opuesto se atribuye a los genios la idoneidad para ser «impulsores de la grandeza con capacidad de cambiar el mundo». Tal cualidad no es obstáculo para que los no superdotados podamos impulsar con esfuerzo y humildad 'grandezas', y colaborar en la aspirada renovación. «Sabemos con precisión sólo cuando sabemos poco, pues con el conocimiento crece la duda» (Goethe). Sobran 'saberes' y falta 'saber'. Ante esto procede la siguiente pregunta de no fácil respuesta: ¿Quiénes de verdad van a cambiar el mundo de forma 'relevante'? Pero ¿nos hemos librado ya de la «temporada en el infierno», como Rimbaud? Por eso estaría bien decir con él: «Pediré perdón por haberme alimentado de mentira». Cada día me alejo más de los inteligentes y me acerco más a la inteligencia. No me pregunten por qué. Carezco de inteligencia para explicarlo.

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