Es muy saludable irse al descanso habiendo cenado lo suficiente para no tener pesadillas. Recordemos aquel refrán que se decía hace años, a modo de aviso a los hambrientos nocturnos: «De grandes cenas están las sepulturas llenas». Mas hay algo peor que irse a la ... cama con el estómago atiborrado de 'gloria bendita' o 'infierno maldito': no haber hecho la digestión de tantas noticias de política y aledaños, provocadoras de ansiedades.

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El sosiego, frecuentemente enmascarado pues no abunda, –¡como si se tratase de un lujo sólo al alcance de quienes poseen 'aislamientos' que impiden que el 'ruido de la calle' moleste su descanso!– es meta de una sociedad sana y reflejo de un equilibrado bienestar. La ausencia de éste degrada la convivencia y acrecienta la debilidad de las democracias cuyos gobiernos no atienden como deberían el principal objetivo de hacernos un poco o un mucho más felices. Es obvio que los sueños perturbadores sean provocados por las incertidumbres, las faltas de respeto, las mendacidades, responsables de que el mayor número de ciudadanos no duerma sin sobresaltos añadidos. Bastante hay con las inevitables pesadillas del subconsciente.

El sosiego, derecho fundamental del ciudadano, favorece la convivencia y fomenta la calidad democrática, y es incompatible con las falacias, las medias verdades, las desconcertantes y destempladas voces, signo evidente de severa insuficiencia de argumentos coherentes y razonables. No extraña que de vez en cuando se comporte igual que una nube vaporosa y acabe transformado en tempestad acompañada de 'pedrisco'. La temperatura de dicho sosiego no es fiable por el termómetro de las encuestas, sí por la cercanía y empatía conocedoras de carencias y anhelos. Por eso la comprobación diaria de su temperatura es esencial para verificar la buena salud personal y social.

El sosiego une, da aliento y temple, y exige solidaridad y progreso, sin exageradas diferencias en las zonas del 'servicio público', duro y riguroso no sólo por las capacidades intelectuales y de gestión, sino por la ética que obliga a ser los últimos en beneficiarse de los 'manjares' que se preparan en la cocina de la política. De ahí que la democracia sea tan exigente y reivindique esfuerzos y renuncias que no sólo frenen intentos tiranos o dictatoriales, sino que también eviten la distorsión de decir una cosa y hacer la contraria, o negar lo que se afirmó y afirmar lo que se negó.

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La democracia requiere murallas que defiendan todo intento de asaltar principios imaginando y sembrando imaginarios miedos o negándolos cuando existen, comprobando identidades, ocasionalmente aparentes, y evitando que sean invadidas por 'troyanos'. ¿De qué sirven las ideas y los mensajes de plastilina adaptables a las circunstancias, fomentando contradicciones? Los fanatismos y los sectarismos alimentados por el discurso político no estimulan el sosiego. Es necesario aproximarse a la ciudadanía para informarle, escucharle, debatir y comentar propuestas, procurando que los hechos sean la mejor respuesta a los propósitos y las promesas. Pero sin guardaespaldas, pues son los ciudadanos, voten o no, los auténticos guardaespaldas de los políticos. Es el mejor tiempo que puede emplearse para regenerar una sociedad en todos los aspectos.

El liderazgo político implica portar la antorcha en la olimpiada humana del esfuerzo, de los valores, la entrega, las ilusiones mientras recibe el aplauso del pueblo que cree en lo que ve, no en lo que oye. Si lo que se ve no tiene relación con lo que se dice, es tongo. Vista y oído van unidos en la armonía social. Creo que al primer ministro de un gobierno debería corresponderle la cartera del Sosiego.

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Sobran debates sin inquietudes, ni interrogantes, sin programas que no encuentren oídos ni respuestas adecuadas. En los parlamentos no está toda la voz de la ciudadanía –demasiadas veces filtrada por los 'pinganillos' de la interpretación para traducir lo que se entiende sin tales artilugios– que tiene demasiado que decir y se lo dificultan las urnas. Es parte del guión de nuestra tensionada democracia que provoca reverenciar el 'terruño' arrastrando la frente por si descubrimos 'caramelos' inexistentes. «Mientras tanto –dice el filósofo y profesor Alain Denault en su libro 'Mediocracia'– las ideas más potentes surgidas en la historia de la democracia, como la de pueblo, la de bien común o la del bienestar social, van desapareciendo subrepticiamente».

Aclárense las normas para atenernos a lo que en verdad hay y déjese que la realidad hable iluminada por el sol de la verdad. En cuanto a las preocupaciones y recelos no valorados suficientemente, he leído la siguiente frase de Epicteto que conviene recordar: «No te asustes por este gran mar, basta con dos cubos de agua para ahogarte». Importante advertencia.

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