Cuando íbamos avanzando en el estudio de la lengua francesa comenzábamos a memorizar diálogos, sencillos algunos y adecuados la mayoría, con el apoyo del método 'Assimil' y del profesor nativo que ayudaba a afinar la pronunciación. Se me quedó grabada una pequeña fábula que luego ... supe que pertenecía al fundador de la escuela filosófica estoica Zenón de Citio (300 a. C.). Dice así: «La razón por la que tenemos dos orejas y una sola boca es porque hemos de escuchar más y hablar menos».

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Han transcurrido siglos suficientes para que aprendamos la lección, sin embargo parece que el sentido que le damos es el inverso, hablando de más y escuchando menos (o nada). O algo peor: gritando e insultando con salario público.

Escuchar, para conocer y comprender lo que se nos dice, y replicar con argumentos, sin apoyos de ironías, circunloquios ni faltas de respeto, es la base del progreso auténtico. Pero estamos retrocediendo a tiempos 'denostados'. Se garabatean los muros de la casa de la dignidad y el decoro, vociferando opiniones desde el bunker de la prepotencia, la soberbia y la pérdida del sentido común. El escritor Ángel Antonio Herrera, valorado por su independencia y originalidad, ha manifestado: «Hoy, la verdad es una anomalía»». ¿Y la desvergüenza una normalidad? Todo democráticamente, por supuesto.

Se equivocan creyendo que un chaparrón de palabras con aplausos ininterrumpidos es una óptima estrategia de convicción para la mente. Craso error. A veces somos cotorras con ínfulas de Cicerón o de otros senadores de su nivel, o de los que controlan los caballos como buenos aurigas de la razón. Las cotorras suelen dar dolor de cabeza, como el agua que rompe tejados, cristaleras, destruye arboledas y plantas. La lluvia mansa, por el contrario, como el sonido del 'palo de agua' tan interesante en la composición musical, no provoca el cierre de puertas ni ventanas pues viene con armonía propia, sin aspavientos ni jactancias. Se echan en falta conversaciones chirimiris. Necesitamos lluvia de palabras suaves y no irritantes tormentas de palabras-granizo o pedrusco.

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Una sociedad moderna, inteligente, cultivada y respetuosa necesita ser guiada por gobiernos ejemplares, que realmente estén a la altura de las mejores metas, asumiendo el sacrificio de servir y renunciando a ser servidos. ¿Utopía? ¿Qué es el progreso en consecuencia? ¿Qué es ser progresista? Muy sencillo: entregarse con afán a lo prometido públicamente aunque tal actitud implique no almorzar, pasando directamente a la cena, estar pendiente del fuego, de la desgracia, de quienes no tienen voz o sufren ronquera de tanto gritar, o no distinguen un amanecer de un atardecer, o como en la pandemia última han perdido el gusto y el olfato, o son incapaces de coger el tren o el autobús a causa de su 'desorientación'.

En la música de la segunda mitad del siglo XX se usaba y abusaba del 'cluster' de palabras con efectos ininteligibles que formaban parte de una estética que algunos compositores practicamos entonces. Y se produjeron anécdotas que no vienen al caso, pero interesantes para el análisis y crítica de esa época compositiva.

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Por eso el refrán que me atrevo a variar y que recuerda aquello de «oídos que no oyen, corazón que no siente». Es una acusación a la cacareada democracia suplantada por 'defensores' que hablan en su nombre, degradándola con abusos de poder, de autoridad o malversación. Tiempo ha, yo habría superado la frontera de los veinte, me dieron un consejo peculiar, inspirado en un estoicismo barato próximo al «que me quiten lo bailado». Y fue este: «Si quieres disfrutar días felices, no analices». En otros términos: hacerse el sordo y el ciego puede ser un envidiable modus vivendi. De hecho lo es.

Acéptense las normas de una asumida cortesía y escúchese más. Y por respeto a las urnas 'democráticas' respóndanse a las preguntas en sede democrática, sin salirse por la vía del autoservicio que conduce a la humillación de urnas hastiadas de preguntas sin respuestas, de respuestas sin preguntas y de lugares comunes para desviar la atención. Por cierto, los aplausos, como la risa en las series de televisión, preferiblemente grabados. No se pagan derechos de autor.

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Cambiaría el mundo si la naturaleza descansase de tanta ruidosa palabra y el silencio ayudase a serenar las neuronas, a asentar el pensamiento y evitase el ridículo de parecernos a aturdidoras máquinas parlantes o gritantes, suplantadoras del sosegado hablar de la razón en guerra civil permanente. Hay palabras que ladran. Émil Cioran decía: «Mis ideas ladran, no explican nada». Y si de camino se deja de pronunciar la palabra 'fango', mucho mejor. Que estamos en verano. Sorprende, y no poco, el silencio de 'demócratas' ante los asesinatos, las torturas, la represión, las cárceles y el exilio en la 'democratísima' Venezuela de hoy. Silencio 'democrático'. Se rueda. ¿Qué adjetivo se le adjudicará en los serios tratados de historia a este sangriento periodo venezolano de represión?

¿Ha comprobado usted si algún libro, con humos o sin ellos, grita en los escaparates de las librerías? Ni siquiera habla. Sólo con su presencia invita a leerlo desde la libertad de saltar páginas, capítulos o cerrarlo llevándolo al reposo del anaquel. Creo que si un día a la semana nos propusiésemos callarnos o hablar bajo, posiblemente la Tierra ralentizaría sus movimientos y nos alargaría la vida.

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