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Cuando las tormentas políticas y, por reflejo, las sociales, no cesan, nos interrogamos por las causas que las originan, aunque sean evidentes la mayoría de ellas. ¿Relajación, rutina, dirigismo, interés personal…? A la sombra de esto me he preguntado por qué a los ciudadanos se ... nos impide elegir al presidente del Gobierno, que tiene la responsabilidad de designar un consejo de ministros capaces de decir 'sí' o 'no' con razonamientos solamente profesionales.
Es excesiva la fe que depositamos en el Congreso de Diputados y el Senado (¿para cuándo el debate sobre la Cámara Alta tantas veces solicitado?) que en demasiadas ocasiones nos priva de derechos esenciales. Y pasa lo que pasa: que una mayoría virtual de ciudadanos (algunos ni se consideran españoles) nos representa a todos (es un decir) posibilitando pactos y decisiones en negociaciones que no reflejan el sentir y la preocupación de quienes cuyo voto no vale igual por causa del sistema electoral. Y eso, dígase lo que se diga, no es democracia.
Se supone que la ciudadanía no quiere recortes en sus legítimos derechos y merece más que un voto de confianza. No dudo que exista un modo de acortar distancias entre las urnas y las Cortes Generales. Sería razonable evitar tentaciones relacionadas con el poder desmesurado, que en ciertas cuestiones –el separatismo y sus abusos, por ejemplo– debe tentarse la ropa, guiado exclusivamente por la voz de la Constitución, fiscalizando y gobernando con medidas diáfanas y evitando la situación que a tantos nos abochorna hoy, como nos sonroja una justicia violentada debido al rechazo de la separación de poderes: garantía para un severo cumplimiento de leyes, principalmente las que afectan a los cimientos del Estado y sus símbolos, humillados por los que se mofan, en nombre de la democracia –¡qué cosas!– de nuestra Carta Magna, despreciándola o conculcando sus normas desde el seno de la misma, que le da de comer. La ética del poder diluye todo poder que se asemeje a un seguro de vida.
¿Que abunda la integridad en la política? Yo sería un gran necio si lo negara. Pero falta la criba que exige un Estado de óptima salud para así disponer de más servidores públicos con preparación, prudencia y amor a la ciudadanía que fomenten réplicas directas, petición de disculpas y cercanías. Es bueno viajar por sorpresa con los ciudadanos, como en la película 'El instante más oscuro' cuando Churchill por casualidad usa el metro londinense e improvisa en el vagón un singular 'parlamento' para consultarle una decisión trascendental relacionada con el asunto de «ese cabo», expresión que usaba el estadista y primer ministro británico para referirse a Hitler. Ayudaría sobremanera a los que sienten la necesidad de servir a España por encima de todo interés personal o familiar.
Creo que sería preciso incrementar el control de los aspirantes a pilotos o copilotos de la nave de nuestra democracia con 48 millones de 'españoles' a bordo. Ni el 'sí es sí' ni el 'no es no'. Existen infinitos matices que distinguen las inteligencias cultivadas y el sentido común. Sucede que algunos 'dogmáticos' atacan sus propios dogmas dando 'golpes de política' con el argumento de «haced lo que digamos pero no lo que hagamos». No obstante hay motivos de elevada gravedad –véase el delito de traición a la nación española– que requieren plena transparencia, menos voces y más voz, menos gritos y más argumentos, menos aplausos y más autocrítica, menos «y tú más» y más respuestas sin rodeos a las preguntas en sede parlamentaria. El hecho de votar con garantías es fundamental en la democracia, sin embargo no ha de quedarse en eso, pues lo que importa es profundizar en la idea de servicio a la ciudadanía. Ya se sabe lo que es la derecha, la izquierda y sus extremos. Todo partido político legal está obliga- do a respetar escrupulosamente los preceptos constitucionales. Creer implica fiabilidad en lo que se nos ofrece y en lo que ofrecemos.
'La Gaceta de Madrid' (nº 61 del 1 de julio de 1929) publicó la siguiente noticia: «Después de Anatol France, es la muerte literaria más importante de la Francia republicana, democrática y liberal». Se refería al fallecimiento de Courteline (Georges V. Moinaux). Unamuno recuerda en 'Cómo se hace una novela' al citado escritor «que nos pinta el fin de los últimos hombres, recogidos en un buque, nueva arca de Noé, en un nuevo diluvio universal. Con los últimos hombres, con la última familia humana, va a bordo un loro: el buque empieza a hundirse, los hombres se ahogan, pero el loro trepa a lo más alto del mástil mayor y cuando este último tope va a hundirse en las aguas el loro lanza al cielo un 'Liberté, Égalité, Fraternité!'. Y así se acaba la historia».
Debe ser muy triste que, al final de nuestros días, en el momento de ahogarnos en nuestro diluvio personal, pretendamos enarbolar una bandera apolillada con el grito de «libertad, igualdad, fraternidad», finalizando de esa forma nuestra pretenciosa historia. No existe mástil mayor que nos libre de los efectos del 'diluvio' que nos espera. Hay optimistas que se convierten en profundos pesimistas tan pronto como asoma la tempestad. ¿Sufriremos entonces la humillación de ni siquiera escuchar cómo un loro a punto de ahogarse grita al cielo lo que no fuimos capaces de decir con los hechos, de hacer lo que decíamos?
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